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Aumenta exponencialmente en mí la admiración a una persona que en vida fue editor de periódicos, radioaficionado en la resistencia, doctor en filosofía, escritor de libros, fraile polaco, ingresado por la Gestapo en el campo de concentración de Auschwitz. De este campo, ideado por los nazis, logró fugarse Zygmunt Pilawski. El encargado del campo había establecido que, si un prisionero se fugara, daría muerte a diez reclusos. Uno de los seleccionados para el tormento fue Franciszek Gajownieczek quien, una vez señalado, dijo: «He perdido a mi mujer y ahora se quedarán huérfanos mis hijos». Cerca de él se encontraba el recluso 16.670, quien dando un paso adelante dijo al oficial: «Soy un sacerdote católico», y se ofreció para intercambiarse con el condenado. Era el Padre Maximiliano Kolbe, fraile franciscano. Le metieron con los otros nueve en el búnker, privado de agua y comida. Maximiliano tardaba en morirse. Los oficiales, que querían vaciar ya el búnker, decidieron eliminarlo con una inyección de femol; murió, cabeza rapada, vestido a rayas, el 14 de agosto de1941.

Antes, el carcelero había profetizado: «Os secaréis como los tulipanes». Después, el prisionero sustituido por el fraile manifestó: «Gracias a Kolbe me salvé de ser una de las víctimas del Holocausto». El día que la policía irrumpió en el convento, Kolbe, hoy San Maximiliano Kolbe, se había despedido de sus compañeros diciendo: «No olvidéis el amor».