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El lunar de Robert de Niro, cerca del pómulo derecho, es desde hace décadas el más famoso de la cinematografía mundial, a excepción del de Marilyn Monroe, pero por estos milagros del cine, o tal vez porque el célebre actor ya es octogenario, parece estar desvaneciéndose de película en película. El caso del lunar huidizo. De Niro, naturalmente, nació en Nueva York, en el Village, a tiro de piedra de Little Italy, de padres artistas pintores, y aunque en su larga carrera lo ha interpretado todo con mucho método, incluidos taxistas pirados (Taxi Driver), boxeadores salvajes (Toro salvaje) y al propio monstruo de Frankenstein, para cualquier cinéfilo será siempre el gánster por excelencia. Y más neoyorquino que Woody Allen. No sólo fue Vito Corleone en el Padrino II, sino que desde Malas calles, debido a la obsesión del director Scorsese por hacer con él la mejor peli de gánsteres del mundo, es imposible ver a De Niro de otra manera. Nosotros le recordamos como Noodles, el gánster judío de Érase una vez en América, de Sergio Leone (ésa sí la mejor película de gánsteres), con su lunar todavía en plenitud regresando años después al Bar de Moe. Parece que era su destino, y una vez cumplido, ya dio igual que de nuevo Scorsese volviera a intentarlo, con aquella chapuza digital de El irlandés. Quizá fue ahí cuando empezó a desvanecerse su legendario lunar. No importa, De Niro es el intérprete más famoso de Nueva York, que es como decir del mundo. Un actor de presencia apabullante, pero metódica, que ni en papeles cómicos (¡no le gusta ser encasillado!) te lo puedes tomar a risa. El cine desaparecerá, como el lunar de De Niro, no por la tecnología, las plataformas o los móviles, sino cuando él y otros ancianos gloriosos (y ancianas) desaparezcan. Por falta de intérpretes.