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Este agosto, Cort anda envuelto en la resolución del concurso sobre el futuro de la Plaça Major de Palma, en la que participan destacados profesionales. Lo más importante es que se venzan timideces y se levante un símbolo. Es imprescindible la potenciación del corazón de Palma y su conversión en símbolo de la ciudad, a partir de una zona comercial atractiva y leal a la personalidad propia.

No es para menos. Las escaleras que conducen a la plaza y sus aledaños junto al Teatre Principal son historia pura. Dice la tradición oral que el lateral de la escalera, donde se enclava la barandilla, está hecho con la piedra de la derrumbada estatua de Isabel II, que se hallaba enclavada en la plaza de la Reina, y que fue borrada del mapa por la revolución de 1868. Como se sabe, Isabel II, tachada de corrupta, se exilió en París. Otro emblema de estas escaleras son las antiguas tiendas de souvenirs, que se hallan en muy mal estado. ¿Las hará desaparecer Cort o las restaurará y alquilará? Nacieron como almacenes de los mercaderes de la plaza. Décadas más tarde, cuando eran oferta turística, fueron inmortalizadas por las fotos del inolvidable Planas Montanyà. ¿Qué ocurrirá ahora?

Lo mismo cabe preguntarse del antiguo túnel del tren que conectaba la Plaça d’Espanya con el puerto. Ahora está cortado en la Plaça Major y en la del Olivar. ¿Hay posibilidad de restaurarlo y unir por metro los aledaños de la Plaça d’Espanya con el Parc de la Mar para que los abuelos del Eixample puedan llevar a sus nietos a jugar junto al mar? Hay que recordar que una falta de política específica para el Eixample fue causa fundamental para la derrota de la izquierda el año pasado, y para el hundimiento de Podemos.

La Plaça Major, donde nació Ramon Llull hace más de tres cuartos de milenio, debe ser potenciada como símbolo único e irrenunciable de una ciudad fundada en el 123 antes de Cristo, nada menos.