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Se dice que ya está en Lanzarote. No descansando, sino reflexionando para tratar de vislumbrar nuevas acciones, con objeto de hacer felices a los habitantes de la Tierra. No, no descansa en La Mareta, ese lujoso palacio que usa el presidente del Gobierno, sino en una propiedad más modesta, que adquirió, tras asesorar a un tal Obiang, en Guinea Ecuatorial. Su vocación evidente es la de tratar de convertir a tiranos crueles, y déspotas asesinos, en personas que puedan llegar a tener un comportamiento casi normal. Tarea difícil, claro. Sus esfuerzos por convertir a Obiang en una persona casi normal han sido un fracaso. Sigue ganando las elecciones con más de un 93 % de los votos, escrutados en el Puchero Totalitario y, a día de hoy, el 75 por ciento de la población guineana debe subsistir con dos euros diarios. Otro cualquiera, ante este estrepitoso fracaso, se hubiera retirado con discreción de la vida pública, pero nuestro hombre no se arredra fácilmente, y eligió otro objetivo, todavía más difícil: la reconversión del brutal Nicolás Maduro. Tampoco ha tenido suerte. El tirano venezolano amenaza con más represiones y más asesinatos, llevados a cabo por los sicarios del totalitarismo.

Este hombre que, al parecer, descansa ya en Lanzarote, ha sufrido un desgaste terrible, difícil de afrontar. Desde la ONU, hasta miembros del grupo Puebla, tildan las elecciones de una burla totalitaria, como la que lleva a cabo Obiang, cada siete años. Pero no se da por vencido. Incluso con el riesgo de convertirse en un miserable colaborador de los tiranos, todavía no ha dicho que el cruel tirano ha robado las elecciones, y reflexiona en Lanzarote. Es lo que otros llamarían descanso de un hombre ejemplar. Se llama José Luis Rodríguez Zapatero.