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La Mare de Déu, en un acto propio de la IA más devota, se ha levantado del lecho aupada por el susto de la DANA. Los descreídos consideran que la brutalidad de estos azotes de viento y lluvia procede del enojo de la Virgen de Agosto, cansada de ser ninguneada por las influencers de tercera categoría. Lo cierto es que en el día que todo se paraliza en la franja católica y también en la Grecia ortodoxa, el 15 de agosto, cuando media Europa anda en remojo, aquí se ha montado un espectáculo de cine y palomitas. Ni el más astuto tour operador consigue tanto foco.

El efecto generado por la gota fría nos ha puesto en un brete. De aquí no entra ni sale nadie sin permiso de la naturaleza. Si te empeñas, prepárate y verás. Ya puedes tener el titulín o haber visto hasta la saciedad Master and comanders. Si te pilla en el mar, aléjate de la costa. Los incidentes que hemos visto esta semana en Formentera, con choques de veleros contra las rocas, da razón a quien piensa que hay demasiado marinero de agua dulce patroneando barcos.

Es el aeropuerto de Palma el escenario más solicitado para filmar costumbrismo vacacional. No hay Dana que se le resista, no hay erupciones de volcán que no le salpiquen. Son Sant Joan además fue parada y fonda de los terribles vuelos de la CIA y escenario del secuestro de la Baader- Meinhof. Pero no nos pongamos estupendos, que ya tenemos suficientes tomas con la Pepe pierde vuelo, acuéstate en el suelo, confórmate María con la hamburguesa que te van a dar para aliviar las horas de espera, y Klaus tómate un trankimacin porque los de compañías aéreas de bajo precio ni están ni se las espera. Hay una frase lapidaria: «Estas vacaciones han sido estupendas y están acabando fatal». Todos sabemos que es la última secuencia, el último suspiro, el último beso, lo último de todo lo que determina elevar o bajar el pulgar. La vida o la muerte. Sin ser trágicos. El aprobado o el suspenso. Las Balears andan sobradas de pulgares hacia arriba. Hacen falta unas cuantas gotas frías como ésta para que descienda el número de turistas, ironiza un amigo gallego, aliado a la causa de los sufridos indígenas del aquí no hay quien viva.

Me envían una foto de una playa asturiana que debo mirar dos veces porque no sé si es el Magalluf de sus inicios o es de verdad el arenal de Gijón. Voy a buscar la lupa porque adivino entre la masas la calva de mi vecino que se ha ido al Norte a poder dormir. Creo atisbar al primo de mi profesora, que se está forrando alquilando las casitas heredadas en el interior de Mallorca, a las que con un apaño de Ikea y otro de Leroy Merlín las ha dejado muy cuquis. A 900 euros la semana. Precio de colega. Él, para no pasar calor, se ha ido al Norte. Como mi vecino. O como yo, solo que me quedaré en la Mare de Déu, porque yo sí creo que no hay influencer que la pueda superar y, sobre todo, porque no tengo edad de acabar durmiendo en el aeropuerto de Son Sant Joan.