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En su manifiesto a la nación española de 10 de marzo de 1820 decía el rey Fernando VII «marchemos francamente, y yo el primero, por la senda constitucional». Dos años después, el Rey alentaba un golpe de Estado de carácter absolutista.

El 22 de junio de 2021 el ministro de Justicia español emitía el preceptivo informe para la concesión del indulto a Oriol Junqueras y se justificaba la medida, en el párrafo 35 de la sección IV, entre otras razones, diciendo «a diferencia de la amnistía, claramente inconstitucional». Ojo, es un documento de una gran relevancia jurídica.

El 10 de noviembre de 2022, el presidente del Gobierno, renuente a dar explicaciones, le decía al periodista Antonio García Ferreras «a ver, Antonio, ¿qué quiere el independentismo? ¿Amnistía y autodeterminación? Pues este gobierno no los va a aceptar porque no entran en la Constitución».

Dijo en rueda de prensa, Salvador Illa, el candidato a la presidencia de la Generalitat de Catalunya «ni amnistía ni nada de nada». Ese «nada de nada» se convirtió en el discurso de investidura en esta frase «Catalunya tiene derecho a una financiación singular». Como dijo acertadamente Josep Borrell el pasado lunes en El País, «el pacto entre socialistas y ERC asume post mortem el relato del procés».

¿A qué derecho se refiere Illa para la financiación singular? ¿Un derecho histórico? No puede ser porque nunca lo ha tenido. ¿Un derecho constitucional? Ciertamente no. ¿Un derecho a corregir injusticias del presente? Tampoco porque la mentira del «España nos roba» ha quedado al descubierto y en un hipotético balance fiscal, Catalunya está ligeramente por encima de la media. ¿Acaso tiene Catalunya un derecho divino o un derecho natural a esa financiación singular? No parece que exista. El pacto del Majestic de 1996 entre Aznar y Pujol no es un precedente. La cesión de la gestión del 30 % del IRPF era para todas las autonomías.

Estamos ante el capricho de una determinada clase política, no solo en Catalunya, que desprecia la mesura y el sentido común y se precipita constantemente por la vía de la falsedad, de la exageración y del mínimo aprecio por la verdad. Illa revela un talante tan nacionalista como el de sus socios.

Hay un hartazgo de tanta bajeza. Lo que hoy no permite la Constitución, mañana será ley. Afortunadamente no hemos pasado en dos años de un sistema democrático a uno absolutista pero no parece que la senda constitucional sea la que guíe siempre al gobierno. Los partidos de la oposición también incurren en el engaño. Desaparece la política basada en los principios para dar paso a la del frentismo y de la farsa. Estamos ante una verdadera desnutrición de la vida política, ante su inminente caquexia.