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La figura del bufón fue inmortalizada por pintores famosos, como es el caso de Velázquez en el retrato de Calabacillas en el Museo del Prado. La función del bufón no se reducía a la de divertir, tenía licencia de cantar las verdades a su amo y decirle lo que nadie más se atrevía a decir, no le costaba contradecir a quien le pagaba, gozaba del privilegio de ver desnudo al rey. Ése es el que hace falta ahora mismo en los palacios gubernamentales. Se le llamaba ‘bufón porque se ‘burlaba’ (bufoneaba) de la autoridad constituida.

Ya nadie canta verdades en palacios, en ministerios, en parlamentos. Nuestros gobernantes contratan cantidad industrial de asesores, ¿por qué, en vez, no contratan bufones? No son lisonjas lo que necesita quien manda, son claridades desnudas. De vituperios al bando contrario, vamos sobrados; de críticas al bando propio, adolecemos. Sean jefes de la posición o de la oposición, todos los jefes necesitan, con urgencia, ser bufoneados.

Buena no es nuestra actual escisión: unos pocos mandamases ‘echaos pa’lante’ y una muchedumbre de seres sumisos, grises e impotentes. No reivindiquemos al chistoso zoquete y titiritero, sino al bufón lúcido y aguerrido. ¿Aceptaría España la vuelta del bufón? Parafraseando a Albert Camus en su conferencia de 14-12-1957: «que pase esta situación mentirosa y confortable y alegrémonos de vernos confrontados a crueles verdades». Ya, ¡que vuelva el bufón, y hable!