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En el maniqueísmo estúpido e hipócrita en el que nos hemos instalado se dan las incongruencias de una sociedad que ya no piensa. Los algoritmos deciden por nosotros. Las empresas saben cómo manipularlo todo para cubrir sus expectativas de ventas. La moda del cigarrillo electrónico es el paradigma de como una industria claramente perniciosa se ha instalado de forma alarmante y peligrosa entre nuestra adolescencia. Paradójicamente se observa que hasta los tóxicos son evaluados en función de la cultura. Así constatamos que el cannabis (porro) no es legal en casi todo Occidente, mientras es de uso social entre la cultura mora. El opio forma parte del uso doméstico en Asia, mientras en Occidente es motivo de cárcel. No voy a disertar en modo neurocientífico sobre la composición de los materiales que inhalan los pulmones de los usuarios del cigarrillo electrónico. Ni de valorar como afecta al centro de recompensa cerebral de los niños y al normal desarrollo en su maduración, o los neurotransmisores que se alteran con su uso. Por no hablar del evidente daño pulmonar y cancerígeno provocado por los compuestos que lo conforman y que ya conocemos de forma precisa.

Me asquea que el Ministerio de Salud y Consumo dirigido por la incapaz del batiburrillo de Sumar que padecemos, no haya realizado programas de prevención y perseguir a la industria que lo promociona con inspecciones serias a su fabricación y promoción. Ante todo ello que podemos hacer. La suma de la incapacidad política y multinacionales potentes exigen lo evidente, EDUCAR. Los padres debemos tomar la iniciativa. Como es posible que los niños vengan a los dispositivos de Salud Mental, por insomnio en adolescentes. Por problemas afectivos o trastornos manifiestos de comportamiento por culpa de las redes sociales. Ahora son algunos padres los que regalan a sus hijos cigarrillos electrónicos con sabores de todo tipo, sin conocer que están matándolos. Educar es amar y marcar límites. Ahora los padres que fabrican tiranos, inmaduros, indigentes culturales y chicos con deficiencias emocionales con su sobreprotección y falta de autoridad marcando límites, traspasan su responsabilidad a los profesores, médicos, etc. Están terriblemente equivocados. La responsabilidad, no me gusta la palabra culpa, es de los padres.