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Siento un estremecimiento al pensar en las millones de mujeres que viven en Afganistán bajo el bastón de mando de un grupo de hombres que necesitan con urgencia un tratamiento que analice su odio a las mujeres. Los que mandan y los que les secundan. Porque la percepción y relación de estos hombres con las mujeres denota una anomalía. La recién aprobada ley «contra el vicio» y en pro «de la virtud» es lisa y llanamente espeluznante. A la prohibición de enseñar el rostro y cualquier parte del cuerpo (deben llevar burka y vestimenta que oculte las formas femeninas), se ha unido la del silencio. Se prohíbe a las mujeres hablar en público, que nadie escuche su voz fuera de los muros del hogar. Se trata, dicen, de «evitar tentaciones». ¿Qué clase de hombres son quienes temen la voz de las mujeres? ¿Qué psicosis padecen? Prohibido enseñar el rostro. Prohibido llevar vestimentas que no cubran holgadamente el cuerpo hasta hacerlo desaparecer. Prohibido hablar. Prohibido estudiar. Prohibido trabajar fuera del hogar. Cualquier día prohibirán la existencia de las mujeres. Pero nadie levantará un dedo.

Ya sabemos de qué va esto de la política internacional, donde todo es hipocresía en función de los intereses de cada cual. Se presume de feminismo en España y se cierran los ojos ante los feminicidios en otros lugares como Afganistán. El silencio clamoroso del presidente Sánchez, su Consejo de Ministros y demás dirigentes del PSOE y las ‘feministas oficiales’ es lisa y llanamente vergonzoso. He conocido a algunas mujeres afganas refugiadas en España y he escuchado sus relatos estremecedores sobre lo que supone ser mujer en Afganistán y por tanto la tragedia que provocó que Occidente abandonara el país. A los dirigentes occidentales se les llena la boca hablando de derechos humanos pero siempre dependiendo de sus intereses. La violación de los derechos humanos en Afganistán no está en el catalogo de las preocupaciones de España o de la Unión Europea.