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El accidente mortal sucedido en Cala Bona hace unos días ha puesto sobre la mesa un debate que resulta ya inaplazable. Siempre habrá una minoría que aproveche las aguas revueltas que genera una desgracia como esta para demonizar una actividad, la náutica recreativa, que una mayoría de navegantes practica desde la responsabilidad y el sentido común. Pero la demagogia de unos pocos no puede servir de excusa para ocultar un problema creciente que se manifiesta tanto en el mar como en tierra firme.

Vivimos en una sociedad donde cada vez hay un mayor número de personas que han perdido el respeto por los demás y carecen de los más elementales principios de convivencia. Una sociedad donde, con demasiada frecuencia, la consideración hacia el prójimo, la cortesía, los buenos modales y la observación de las normas brillan por su ausencia.

¿Acaso no vemos cada día por las carreteras a conductores que, de manera absolutamente imprudente, circulan como si estuvieran solos? ¿Quién no conoce a personas que hablan o wasapean con sus móviles sin pensar que su conducta puede llegar a provocar un homicidio imprudente? Y qué decir de los indeseables que provocan un accidente y huyen sin prestar auxilio a las víctimas. Si estas situaciones se producen cada vez con más frecuencia en nuestras carreteras, la navegación no podía estar exenta de comportamientos incívicos y actuaciones que alcanzan la categoría de delito.

Hablando de incivismo, ¿qué decir de la suciedad que invade muchos de los rincones de nuestro territorio? Pocos lugares se salvan de la invasión de plásticos, latas, papeles, cajas de tabaco, colillas, etc. Luego, cuando esta basura va a parar al mar a través de nuestros torrentes, se culpa a las embarcaciones.

Por no hablar de los grafitis. Nos preocupamos por nuestro patrimonio histórico-artístico, por nuestra identidad y nuestra lengua, y así debe ser. Pero al parecer nos mostramos indiferentes a una Mallorca despersonalizada, con algunos barrios que cada vez se asemejan más al Bronx neoyorkino.

Quienes de manera interesada plantean restringir el número de embarcaciones, lo hacen con los mismos argumentos que emplean para limitar el número de coches o el número de turistas. Pero esas prohibiciones ni son viables, ni garantizan erradicar la siniestralidad. El accidente mortal sucedido hace unos días en Cala Bona en horas nocturnas no lo provocó un exceso de tráfico marítimo, sino una conducta incívica, irresponsable y muy probablemente delictiva, aunque esto último lo decidirán los tribunales de justicia.

Tal vez deberíamos empezar por la defensa de lo más básico: la educación y, sobre todo, el respeto al prójimo. No debemos resignarnos a convivir sin protestar contra quienes no respeten unas mínimas reglas de convivencia. Deberíamos ser implacables con todos aquellos que, por las razones que sean, se sienten impunes, donde los malos campan a sus anchas y el resto de la sociedad se acostumbra a la barbarie de una minoría.

¿No deberíamos reflexionar y trabajar para cambiar un modelo que recupere los valores esenciales de la convivencia? Los medios de comunicación, las redes sociales, los influencers y prescriptores deberían aplicarse en la difusión de estos valores. De lo contrario el futuro se presenta oscuro.

El trágico accidente de Cala Bona nos deja la vida de un chico truncada y una familia destrozada. El joven fallecido fue víctima, seguramente, de un desafortunado accidente, pero las investigaciones en curso apuntan a que todo lo dicho anteriormente tuvo mucho que ver en la desgracia.

Es difícil para sus familiares y amigos hallar consuelo en estos momentos. El drama sobrevino cuando Guiem Comamala disfrutaba del mar, pescando y siendo feliz un segundo antes de ese fatídico momento. Pensar en ello puede ayudar a sobrellevar el dolor de su pérdida. Ojalá este triste suceso sirva para arbitrar soluciones y, sobre todo, mueva a la reflexión de algunos irresponsables. Descanse en paz.