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Allá por 1917, cuando Europa ardía en la Primera Guerra Mundial, un recluta estadounidense llamado Lee Duncan fue destinado en Francia. Un año después, el joven soldado se adentró en una granja en ruinas de Verdún, que los bombardeos habían convertido en una superficie lunar, y descubrió a una perra y sus cinco cachorros, milagrosamente ilesos. Eran pastores alemanes y rescató a dos de ellos, macho y hembra, a los que bautizó como Rin tin Tin y Nanette. Ya en 1919, de vuelta en su país, el primero de ellos se hizo tremendamente famoso. En aquella época no había pastores alemanes en yankilandia, lo que unido a su estela de héroe de guerra canino, lo convirtió en un mito. Lee olfateó el negocio y en poco tiempo Rin Tin Tin comenzó a protagonizar espectáculos, funciones en teatros y hasta 29 películas de Hollywood. Una vida de todo menos perra. Era tan famoso, que por la calle paraban a Lee para fotografiarse con el majestuoso perro, que tenía un porte prusiano. En 1927, dos años antes del crac bursátil, fue proclamado el artista más popular de Estados Unidos y se llevó el mayor número de votos como candidato a mejor actor para los Oscar. Aunque al final la Academia lo rechazó, porque entregarle la estatuilla habría sido complicado. Más que nada porque no tenía manos. Rin Tin Tin murió en el verano de 1932, en el cénit de su fama. La radio interrumpió su programación para informar de la noticia y el país quedó consternado. Su dueño contó que había ladrado antes de fallecer. Imaginamos que dijo: «Lee, cabronazo, devuélveme todo el dinero que has ganado estos años».