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Hace ya casi un año desde que la masacre terrorista de Hamás, el 7 de octubre, originó la venganza de Israel, y quién nos iba a decir que a estas alturas aún estaríamos en las mismas, presenciando esta matanza interminable. Una venganza bíblica, una matanza interminable con más de 40.000 muertos, en su mayoría mujeres, niños y civiles. Que de Gaza, donde ya apenas queda algo por destruir, pasó a Cisjordania, ocupada por millares de coléricos colonos orgullosos de colonizar, y sigue avanzando ante el silencio sepulcral del mundo civilizado. Pavoroso, este silencio; a mi edad nunca había visto nada igual. Si esto fuese una guerra, habría que recordar que 2.500 años antes de Cristo, el maestro Sun Tzu ya insistía en El arte de la guerra que no hay que prolongar las contiendas bélicas, pues nunca una guerra prolongada fue beneficiosa. Ni siquiera para el que la gana. Pero no es una guerra, y al parecer la venganza de Israel, ante el pasmo del mundo, es infinita. Y aunque esta matanza interminable cumplirá un año el mes próximo, viene de antiguo. Del padre fundador Ben Gurión, un polaco primer ministro de Israel en 1948, que jamás consideró posible la existencia de dos Estados. Sería indignante. Su sucesora Golda Meir, nacida en Kiev, fue más lejos. Aseguraba hace medio siglo que el pueblo palestino no existe, es un sucio invento antisionista. Pasar de no existir a ser todos unos terroristas fue cuestión de tiempo, por lo que Netanyahu y su brutal Gobierno no están matando a nadie inocente. Sólo a terroristas. Esta delirante versión parece que funciona, sobre todo en EEUU y parte de Europa, de modo que incluso los que no se la creen simulan creerla. Y la matanza se prolonga mucho más de lo que hubiéramos podido imaginar. Sun Tzu también repetía en su tratado que la guerra es el arte del engaño y si se prolonga, se acaba descubriendo. Salvo en el caso bíblico de Israel, donde casi un año después prosigue la matanza interminable. Como si fuese un mandato divino. Lo vemos en cada telediario y el silencio es ya atronador. Puede que la venganza sea el motor de la historia y nada tan histórico como un millón de colonos en posesión de la verdad revelada.