TW
0

Era enjuto y bajito, pero tenía una mirada perforadora que compensaba lo otro. Una especie de fusil AK47 ocular. Haile Selassie, el último emperador africano, fue una suerte de semi dios en Etiopía, su país, y un icono mundial contra la colonización europea del continente negro. Llegó al trono en 1930 y aunque su tierra estaba famélica el banquete fue tan fastuoso que se sacrificaron 5.000 reses para los invitados. Seis años después, Mussolini, otro enanito peleón, se encaprichó de Addis Abeba y el elegido de Dios tuvo que poner pies en polvorosa, que el Duce no se andaba con chiquitas. Más tarde, Haile Selassie recuperó el trono y su poder aumentó. Lo apodaron el León de Judá y fue recibido en el mundo libre como un estadista sin parangón. En febrero de 1967 recaló en Palma, con su corte que llegaba casi hasta Lluc. Precisamente visitó el santuario y quedó maravillado con los Blauets. Repartía monedas de oro y en una ocasión se escapó al Pueblo Español, para ver un espectáculo de flamenco y deleitarse con estupendas señoras. Que era delgadito, pero no tonto. Le gustó tanto Mallorca que nueve meses después regresó y se hospedó en el hotel Formentor, en concreto en la mítica suite 113, que luego acogió a personalidades de la talla de Mijail Gorbachov, Yasser Arafat o el Dalai Lama. Y fue en el hotel mallorquín donde el último emperador africano confirmó que era un poco rarito: exigió almorzar siempre con cubiertos de oro y que su perro desayunara nata montada. En 1975 fue asesinado por golpistas en su país y enterrado junto a un váter. Que no es lo más glamouroso que le puede ocurrir a un rey.