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Los wokes llaman a la calle el espacio público. La calle que consistía en estar en la calle se ha convertido en ‘el espacio público’ rebosante de ideologías cutres y de obras con sus coimas. Los niños no juegan en la rúa. Y lo digo por Palma y por lo que veo en Madrid. Todo consiste en poner losas de granito y alicatar la ciudad o si me apuran hasta el campo: ¿es que nos vamos a cargar los almendros (con o sin flor) de nuestro Pla, para extender y sembrar litio? Cuidadito con los globalizadores y sus molinazos que, por aquí, en la Meseta y por Aragón se están cepillando águilas reales y cigüeñas para aburrir. Mallorca es una isla pequeña, no hay que atiborrarla de aparatos renovables que lo único que renuevan es nuestra futura pobreza paisajística, a la que de hecho ya vamos de bruces…

No había ninguna necesidad de reformar la plaza de España ni cuando lo hizo la PSOE ni ahora cuando la ha apuntillado el PP. Antes de tantas reformas, la plaza España sin duda estaba infinitamente mejor. Aquí en Madrid, pasa lo mismo, se cargan todo lo que tocan, pusieron unos bancos de hierro fundido en la plaza Alonso Martínez, hoy oxidados, en los que se puede freír en su chapa un par de huevos (con lo que nos ahorramos la sartén).

Nuestra plaza de España está presidida por la exigua estatua de Jaime I que se puso allí para conmemorar los setecientos años de la conquista. Todo comenzó cuando Pere Martell –en banquete celebrado en Tarragona con Jaime I y un grupo de rics-homes– comentó las maravillas de Mallorca («Ella os espera, señor rey, en medio del mar»); o sea Martell le habló al monarca de la bondad de conquistar lo que los musulmanes llamaban las Salas de Levante. Con gracia recogió aquella conversación el poeta, vago y funcionario (nunca iba a trabajar), Juan Alcover de esta forma: «Lo bon Pere Martell a Tarragona / tenia al Rei i els nobles convidats, / i els parlà de Mallorca llarga estona / deixant-los astorats». Martell les habló largo de Mallorca y presto comenzó a montarse el operativo. Éstas fueron las razones de la conquista: (1) Políticas: la nobleza de Jaime I estaba mal acostumbrada y una empresa común contra un enemigo exterior vendría muy bien para mantenerlos ocupados. (2) Estratégicas: la Corona de Aragón comenzaba su consolidación y necesitaba una fortificación avanzada que protegiese su flanco marítimo. (3) Sociales: en L’Ariège francés, la cruzada contra los cátaros había expulsado a muchos guerreros y caballeros occitanos que permanecían en Aragón tocándose los cataplines. (4) Religiosas: el espíritu de Cruzada era muy intenso en aquellos tiempos. (5) Económicas: a nadie le amarga un dulce y la posibilidad de conseguir un buen botín atraía tanto a siervos como a nobles y prelados. Y esa es la historia de la estatua de Jaime I de la plaza de España por la que pasaba mi madre, Tomasa (con mi padre), en los ochenta, cada día a las seis de la madrugada: tomaba, mumare, el autobús allí para ir a trabajar a la sexta planta del hotel Cupido de Can Pastilla. Pese al esfuerzo, aquellos fueron tiempos dorados para todos, había educación y la gente se respetaba.