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Una de las experiencias más bonitas de mi infancia fue mi primer contacto con una sala cinematográfica. Fue en 1970, cuando yo tenía siete años de edad. Mi madre nos llevó a mis dos hermanos y a mí al Metropolitan Palace, en donde vimos un programa doble, conformado por la película Don erre que erre, con Paco Martínez Soria, y por un filme del Oeste, con Lee Van Cleef, que entonces salía en casi todos los westerns que se rodaban en aquellos años. Aún recuerdo hoy con claridad la misteriosa fascinación que me produjo la pantalla del Metropolitan, que creo que era la más grande de Mallorca. A lo largo de los años siguientes, fui descubriendo otras salas de Palma, pero el Metropolitan fue siempre uno de mis cines favoritos. Y lo continuó siendo hasta su cierre, en 2011. Allí vi grandes producciones como Jesucristo Superstar, Tiburón o Titanic. Hace unos días, todos esos hermosos recuerdos volvieron de nuevo a mi memoria, al leer que Cort comprará el Metropolitan con el objetivo de instalar allí el futuro nuevo centro de salud de Pere Garau. Por una parte, me alegré, pero por la otra me sentí un poco triste, pues aún albergaba, no sé muy bien por qué, la quimérica esperanza de que algún día este espacio se reabriera de nuevo para la exhibición cinematográfica. Finalmente, ello ya no será posible, pero, por fortuna, aún continúan abiertos en el centro de Palma cines también históricos como la Augusta o el Rívoli. En ambos y en otras salas aún tenemos la oportunidad y la suerte de poder seguir pasando algunas de las mejores horas de nuestras vidas.