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De un tiempo a esta parte ando un poco perdido con el sexo. Muy acertadamente, el mundo occidental, ilustrado y poderoso, ha impulsado numerosas iniciativas, muchas de ellas con categoría de ley, en las que se promueve la paridad entre hombres y mujeres, en muchos ámbitos, sobre todo en estamentos directivos, especialmente de representación popular, los parlamentos y consejos de administración de entidades públicas. No se aburra, espere, siga leyendo.

Se trata de que este no sea un mundo de hombres y que las mujeres tengan la misma voz y voto. Extraordinario. Pero, al mismo tiempo, hemos entrado en un estadio superior en el que es cada vez más notoria la necesidad de disociar, con naturalidad, los términos de sexo, género e identidad de género. La ecuación se complica para los cisgéneros de toda la vida, a los que les cuesta tener una visión más amplia.

Aprendamos pues, que una cosa es lo que la naturaleza y el azar nos adjudicó y otra el bando, de la dicotomía social, en el que nos sentamos. Visto así, y entendiendo que uno no es solo lo que es sino, sobre todo, lo que se siente y cómo se muestra a los demás, no falta mucho para que se gire la paridad a un tema de género y no de sexo, donde menos importaría lo que tenemos entre las piernas y más lo que somos y pensamos. No es fácil y menos cuando hablamos de género fluido.