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Es una de esas enciclopedias de muchos tomos -bueno, había otras con más, esa sólo es de 21 volúmenes- que todavía sobreviven en las casas. La miro con respeto y cierto temor. Tengo el presentimiento de que si muevo alguno de esos libros tanto tiempo quietos todo lo que contienen en sus páginas se moverá como en un terremoto, que separar un libro hará que todo se mueva y que, después de tanta quietud, las referencias ordenadas alfabéticamente dejarán de estarlo. Y, por ejemplo, la que alude a la caída de Constantinopla se mezclara con la de la Guerra Civil y Homero se escapará de las páginas de la H y no habrá modo de localizarlo. Pasará como con esos mapas anteriores a las caída de la URSS o de la unificación alemana, que buscas países y no los encuentras. En Bienvenido, Mister Marshall, una de las primeras secuencias es una en la que sale una clase de los años cincuenta con un mapa del Imperio austro húngaro. Las enciclopedias han dejado de utilizarse, de tanto en tanto aparece alguna junto a algún contenedor de basura. En general, quienes abandonan libros tienen ese detalle. No los arrojan al interior del contenedor sino que los dejan fuera. Como cuando en las novelas decimonónicas se deja una cuna en la puerta de la inclusa. El otro día me arriesgué. Cogí uno de esos tomos con idea de aclarar una duda sobre el significado de una palabra (Nota: las enciclopedias a las que me refiero también eran diccionarios) y noté algo: que las letras eran más pequeñas de lo que recordaba. O igual es que han ido encogiendo y que eso es lo que le pasa a los libros que no abres hace mucho: que las letras se van haciendo más pequeñas. Lo volví a dejar. En lo que ando ahora es en dar con una lupa que sé que andaba por un lugar de la casa. Volveré a coger un tomo de la enciclopedia y veré qué pasa en el interior de las enciclopedias olvidadas.