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La mayoría de las personas cultas son siempre conscientes de la historia que tenemos detrás y de cómo las cosas han ido evolucionando a través de los siglos. Nunca es buena idea mirar atrás con el cerebro formateado en el siglo XXI y hacerlo solo denota poca inteligencia, poca información o un enorme deseo de manipular a alguien. Acaba de hacerlo el papa Francisco, a quien se le presuponen inteligencia, información y, sobre todo, misericordia. El pontífice ha criticado a quienes colonizaron América porque llevaron a cabo una «violación masiva de los derechos humanos». Y no lo ha dicho en una charla intrascendente, sin darse cuenta, sino por escrito en una carta a los ministros de Justicia de los países iberoamericanos. O sea, que es algo que tenía bien meditado. Y que no puede ser más erróneo. Por un simple baile de fechas. La colonización americana comenzó a finales del siglo XV, cincuenta años antes de que la Iglesia católica admitiera, en el Concilio de Trento, que las mujeres tienen alma, que son personas, vaya. Imaginemos lo que debían pensar los conquistadores de las gentes que encontraron allí, no digamos de sus mujeres. El mundo era así. Tuvieron que pasar tres siglos para que alguien concibiera una primera idea relacionada con el concepto «derechos humanos», tras la revolución francesa. ¿Cómo podrían violar algo que no existía? Al final no fue hasta 1948 que se redactaron y aprobaron los Derechos Humanos que hoy conocemos. Revisar el pasado con las normas de hoy es ridículo e insensato. Porque aquellos antepasados nuestros no podían incumplir leyes actuales o respetar la ideología de hoy. No existían. Que lo haga alguien tan elevado como el mismísimo Papa da que pensar.