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En abril de 2023, Sudán se vio sumido en un conflicto violento que ha dejado al país devastado más de un año después. Los enfrentamientos entre las Fuerzas Armadas Sudanesas (SAF) y las Fuerzas de Apoyo Rápido (RSF) han cobrado más de 16.650 vidas, mientras que 24,8 millones de personas requieren asistencia humanitaria urgente. Cerca de 8 millones han sido desplazadas internamente, y sin embargo, el mundo parece indiferente. La gravedad de esta crisis no ha logrado movilizar a la comunidad internacional. ¿Por qué?

La respuesta a esta indiferencia global va más allá de Sudán. Vivimos en una era de sobrecarga informativa. A pesar de estar más conectados que nunca, el constante flujo de información nos ha hecho perder la capacidad de preocuparnos por lo que no vemos de inmediato o no afecta directamente nuestras vidas. Sudán es un ejemplo emblemático de esta desconexión. Su guerra se desarrolla lejos de los centros de poder económico y mediático, lo que la deja fuera de los titulares. En un mundo donde las redes sociales y los algoritmos deciden qué noticias priorizar, tragedias como la de Sudán pueden desaparecer entre eventos más cercanos o mediáticamente atractivos.

Además, la respuesta internacional ha sido, en el mejor de los casos, insuficiente. La ONU tardó casi un año en aprobar una resolución para abordar el conflicto, y aun así, las medidas adoptadas han sido poco efectivas. Esta ineficacia refleja un problema más profundo: las instituciones internacionales como la ONU operan bajo una estructura de poder global que responde principalmente a los intereses de las grandes potencias. En este marco, la acción internacional solo se moviliza cuando las grandes economías o sus intereses estratégicos se ven directamente amenazados. Si Sudán tuviera mayores reservas de petróleo o su conflicto afectara las economías occidentales, es probable que la reacción hubiera sido muy distinta.

El caso de Sudán subraya uno de los grandes retos del siglo XXI: el desajuste entre los problemas globales y los mecanismos para enfrentarlos. En un mundo interconectado, ninguna nación puede resolver por sí sola las grandes crisis que sacuden al planeta, desde conflictos armados hasta el cambio climático. Sin embargo, nuestras estructuras políticas y económicas siguen arraigadas en una lógica de interés nacional y competencia por recursos. Este enfoque, propio del siglo XX, no está alineado con las realidades de interdependencia global del siglo XXI. El conflicto sudanés es un ejemplo de cómo esta desconexión entre la política global y los desafíos comunes perpetúa la inacción.

La guerra en Sudán nos recuerda los peligros de la inacción. Ignorar las crisis globales no solo es moralmente cuestionable, sino también imprudente. Las decisiones que tomamos, o evitamos tomar, hoy darán forma al mundo del mañana. Ignorar Sudán hoy no solo perpetúa el sufrimiento, sino que contribuye a un futuro más inestable y caótico para todos. Actuar no es solo una cuestión de justicia; es también una necesidad práctica en un planeta cada vez más interdependiente.