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Un gran invento son los auriculares esos inalámbricos que se colocan en las orejas. Claro, dónde si no. Desde que se inventaron no me los he quitado. Es cierto que no funcionan, son de un gran bazar asiático, un chino vamos, por lo tanto no duraron ni una mañana, pero me los compré para no tener que hablar más de la cuenta. Con los auriculares puestos siempre parece que vas conectado con alguien al otro lado y yo, que soy una persona muy ocupada, no es de extrañar que siempre esté dándole al palique. De una parte disminuyen el ruido provocado por los unineuronales que van con la moto a todo gas y por otra parte si te cruzas con alguien que te suena, pero no estás muy seguro, evitas tener que hablar del tiempo, de fútbol, de Sánchez y de si los extraterrestres existen. Quiero decir que te evitas conversaciones que no llevan a ningún sitio y por lo tanto gastan energía. Lo mejor es cuando te encuentras a otro igual que tú, que también lleva unos auriculares de los chinos que sabes que no funcionan y que hace exactamente lo mismo. Te saluda con la mano y señala el aparato en la oreja haciéndote ver que mantiene una conversación fundamental para la existencia de la humanidad. Yo a ese nivel de perfección no he llegado. Lo que no sé poner es cara de concentración, como los futbolistas cuando bajan del autobús. Me dejé barba y me puse unas gafas muy claritas para parecer listo, pero nada comparable a los auriculares en las orejas llevados con personalidad. Yo los llevo desganado, por eso me sirven de poco, por eso y porque no sé rehuir una conversación principalmente si versa sobre si existen o no los extraterrestres.