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La bahía de Pollença amaneció el 21 de julio de 1936 con un barco de guerra frente a la costa. Una pequeña lancha se acercó hasta la base militar con un teniente que ondeaba bandera blanca. Su misión era de paz. La Generalitat de Catalunya lo había enviado a obtener la rendición de la Mallorca golpista. El comandante militar, Díaz de Freijó, aceptó parlamentar y le autorizó trasladarse a Palma sin saber que lo condenaba al abismo.

Como ha investigado Pere Cànaves, el teniente de navío Carlos Soto Romero era de Coruña, tenía 33 años, estaba recién casado y había asistido a la derrota de los golpistas en Catalunya. Le pusieron como chófer al joven pollencí Macià Plomer solo porque entendía de coches. Recogieron en Inca a un capitán que les sirvió de salvoconducto, atravesaron la isla y aparcaron en La Almudaina. Allí Soto se entrevistó durante varias horas con la máxima autoridad golpista. Los militares más adeptos abarrotaban las salas contiguas temiendo la fragilidad de su superior. La reunión se alargaba y los sables se inquietaban. Hasta dos veces intentaron interrumpir el encuentro.

Mientras, en la puerta de la Catedral, el joven Macià Plomer esperaba apoyado en el capó de su coche. Como contaría después él mismo al periodista Damià Quetglas, un falangista se le acercó y le obligó a quitarse la camiseta solo porque era roja. Él la tiró enseguida detrás de un árbol y se acercó medio desnudo a Cort a comprarse otra.

Finalmente, la puerta del despacho se abrió y todos vieron cómo los interlocutores estrechaban sus manos. Freijó no se había rendido y permitía a Soto volver a su navío. Los tenientes coroneles García Ruiz y Martínez de Tejada le bloquearon el paso en la siguiente puerta. Freijó insistió en que era «un parlamentario» y estos le contestaron: «Mi coronel: este marino debe quedar preso. No puede salir de Mallorca porque es un traidor. La Generalidad no significa nada. Puede dar información de lo que ha visto en la isla». Otros oficiales también presionaron y consiguieron que el comandante cambiara de opinión.

Tras conocer la detención de su emisario, el barco volvió a Barcelona y la Generalitat ordenó el bombardeo diario de Mallorca, así como la organización de un desembarco. Mientras, las noticias de todo lo ocurrido llegaron a Franco, que no podía creer que un enemigo se hubiera paseado por la isla y siguiera vivo. El 9 de octubre ordenó juzgar sumarísimamente al «comandante barco pirata que intimó a la rendición de la Isla» y al propio Freijó por «gravísima cobardía».

El juicio se celebró el 30 de octubre, en plena efervescencia fascista de la isla. La sala estaba tan llena de militares que algunos no pudieron entrar. El acusado, en vista del circo al que se enfrentaba, pidió quedarse en una sala aparte. Las presiones fueron terribles. Cuando intervino su abogado defensor, las protestas de los presentes obligaron a desalojar la sala. El teniente Soto fue condenado a muerte por «infracción del bando del general Goded» y no por traición, como se le había acusado. El 5 de noviembre de 1936 fue fusilado en el castillo de San Carlos. Desde 2011 su nombre está en el Mur de la Memòria del cementerio de Palma. Su improvisado chófer, Macià Plomer, pasó tres años en la cárcel y regresó a Pollença.