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Hay un relato de Isaac Asimov que cuenta la historia de la lucha de un robot para que primero, se le reconozca como robot libre y luego como ser humano. El robot organiza campañas, consigue apoyos para su causa, habla con legisladores y logra cambiar algunas leyes hasta que -al final y después de tomar una decisión relevante- consigue ser reconocido como humano. El relato recoge varias conversaciones del robot con una congresista que incluyen momentos de especial intensidad. Como cuando la legisladora trata de explicarle que hay diferencias insalvables, «que son como una valla de acero», para que los humanos le acepten y que le verán como un peligro. El robot, que a esas alturas del relato ya se ha convertido en un androide (tiene el cerebro de robot pero el resto de sus piezas son humanas) le comenta que si se pudiera llegar a «la fuente» de esa antipatía todo se resolvería. Y es cuando la legisladora le dice: «Lo que está planteando es que el ser humano razone según la lógica pura; pobre, no quiero que se enfade pero es el robot que hay en usted lo que le lleva a pensar así». En otro momento de sus conversaciones, y cuando el protagonista le recuerda que ha hecho cosas positivas por los demás en su camino por ser reconocido como humano, la congresista le responde así: «Usted no ha sido víctima de una campaña de odio pero le aseguro que será puesto en un grado tal de vileza que ni usted ni yo podemos imaginar y que habrá gente que se lo creerá». El hombre del bicentenario, que así se llama el relato, se escribió hace mucho años. E imagino a migrantes que sólo buscan ser reconocidos como humanos. Y que se topan con las mismas antipatías, campañas de odio y mentiras de las que se alertaba al robot Andrew. Los fascistas y quienes tienen miedo a la diferencia (y mienten o inventan) están aquí, entre nosotros. Lamentablemente.