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Además de índices de audiencia, de precios al consumidor (IPC), bursátiles, de refracción, índice espectral, de pobreza, de satisfacción, de contaminación y el célebre índice de libros prohibidos de la Iglesia, como ahora todo se mide, se pesa y se numera, hay centenares de otros índices a cual más asombroso, pero todos indicadores de algo, como el índice de confianza del consumidor (ICC). ¿Y la confianza se puede medir y tasar? Desde luego, el Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) sí que puede. Como también el de felicidad sea eso lo que sea, y el de idiotez (II) si quisieran, pero ahí se abstienen, o no lo divulgan por el qué dirán. Todo puede medirse y calcularse, aunque en el caso de algo tan tenue, fugaz, indefinido y quebradizo como la confianza, que nadie sabe qué es exactamente («Confía en mí», repiten en las pelis), en realidad lo que miden es la desconfianza, una magnitud bastante más sólida. Hasta 100 puntos en el ICC es desconfianza (valores negativos), y sólo si excede los 100 se entiende que la confianza del consumidor, un dato al parecer decisivo en las sociedades desarrolladas, ha mejorado. Ignoro si esto sucede alguna vez, puesto que todos los discursos (y los propios sociólogos) llevan años repitiendo que lo que crece es la desconfianza. En las instituciones, en la democracia, en los partidos políticos, en el conocimiento, en el futuro, en el prójimo y hasta en nosotros mismos. Aquí no se fía nadie ni de su padre, sobre todo de su padre, y nos hemos hartado de escuchar que estamos en la cultura del recelo, el mosqueo y el negacionismo. De todo. Un índice negativo de 3 o 4 en el ICC equivaldría a un tipo que se pasease con aire furtivo por su propia casa, vigilante y sigiloso, atisbando detrás de las cortinas, en los armarios y debajo de la cama, por si acaso. Tengo una gata muy desconfiada que hace eso, furtiva y fisgona. Yo no llego a tanto, mi ICC debe estar sobre 49, pero puesto que me ocultan el decisivo índice de imbecilidad (II), todas estas cifras me resbalan como gotas de agua sobre las plumas de un pato. La frase no es mía, pero tenía ganas de plagiar ese pato. ¿Crece la desconfianza? No sé. No me fío de la desconfianza.