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Hace ya semanas que el presidente soltó esta afirmación: «Soy consciente de que las buenas noticias no suelen ser noticias». No hace falta que lo diga un presidente; nos sabemos de memoria que lo bueno no es noticia. Y creo que se trata de una verdad que podemos comprobar todos a diario. Ayer mismo mientras cenaba, sin ir más lejos, tuve que apagar el televisor por agotamiento. Unas cuantas desgracias, bien aliñadas, se pueden soportar, pero es que aquello era solo una sucesión de actos violentos, llantos, huracanes, accidentes y raras verdades que tal vez fueran mentiras. Uno se queda como si hubiera participado en varias carreras de fondo sin apenas saber correr. Reventada. Por mucho que apagues el televisor, sin embargo, no vas a conseguir que la realidad sea otra. Simplemente haces como que aquello no va contigo y ya está. Si uno no se informa vive más tranquilo. La ignorancia siempre ha sido una gran arma. Dónde vas a comparar… Lo que pasa es que si no estás informada, tampoco puedes participar en ninguna conversación sobre actualidad. Y la actualidad no te espera. Va como una moto de carreras. Si no la sigues, de qué vas a opinar. Las buenas noticias no son noticias, pero las malas, con una buena dosis de exageración y boato, tal vez te eleven a la cima de la información. En este punto me viene a la cabeza aquella imagen de los cormoranes embadurnados de petróleo que nos llegó desde Irak en 1991. En realidad eran aves marinas afectadas por una marea negra en el norte de Europa. Y ahora nos conmueve la imagen del funeral de un niño palestino que realmente es la de un ataque a Damasco en 2012. Desde que aparecen estas noticias hasta que se nos dice que no son verdad vamos circulando sobre un terreno pantanoso que nos lleva del disgusto al cabreo. ¿Se ríen de nosotros? Puede. Entonces, siempre nos queda apagar el televisor.