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Y se estremece ante las lágrimas furtivas. Reclama el dolor de la cal y de la palabra. Corta la luz del grifo con el puñal afilado sobre el pedernal de su penúltimo verso. Al olor de la música, escribe la metáfora yacente que derrama la tristeza de las torres de la vida, desmoronadas ya entre sus dedos. Despeina el poeta las aguas del lago y acaricia las arrugas de su paisaje mallorquín, la piel tersa de su Mallorca olvidada. No cree Joan Cladera Moragues que la muerte sea el silencio de Dios y por eso arrodilla sus versos ante las flores del bien, ante la simiente de los surcos perdidos. Le invade entonces una melancolía helada de puro cristalina. Se alza fugazmente la voz de la esperanza entre las ruinas de la inteligencia, buscando un mañana distinto. Se detiene el poeta en las huellas fugitivas del recuerdo. Valió toda la luz del mundo la unión de aquellas manos en un sábado mágico de junio con tormenta. Le puede el oficio de tantos años: siempre anduvo a la búsqueda de la palabra exacta. Los poetas son un romance sin nombre, una apuesta de vida y de un mañana, un suspiro que no quiere perderse. Siente nostalgia el poeta por la lluvia de las estrellas y se enfrenta a la espada expectante, degolladora cruel de la risa. Y se sumerge, a veces, en la poesía metafísica: vivir muere en nosotros tan deprisa que la luz de un segundo se convierte en una eternidad soñada y no vivida. Lee en voz alta las palabras de Cervantes sobre la muerte que a todas horas siega y acota así la seca como la verde yerba. A veces el abrazo de un amigo le devuelve la esperanza que nunca había perdido. ¡Qué lejos queda todo! ¡Qué lejos quedo yo! ¡Soledad de mis ojos sin rumbo! Soledad del dolor ¡Crecen en intensidad sus poemas de la vida! Por encinas y olivos irá vagando mi alma, y, al atardecer en calma de la clara primavera, oiréis mi nombre en la era y en el rumor de la palma. Se recrea, a veces, Joan Cladera, en los sueños. Es ya el delirio onírico: tornas a ser feliz y crees que has despertado. Pero, inútil, tu sueño es tu ceguera y la amarga realidad es la que espera cuando abras los ojos. A veces el paisaje, entrevistado desde la ventana de su casa, y me devuelve a mi juventud. Ahora he vuelto de nuevo a mirarme en las nubes… mis ojos han cambiado, mi vida se consume, pero estas nubes traen con su luz de algodones unos retoños nuevos al viejo tronco herido. Sobre las tumbas de los poetas habría que derramar los lirios a manos llenas como en el verso de Virgilio: Joan Cladera desea volver a un cielo azul con nubes frescas, y un viento nuevo que arrase las cenizas de la era.