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Desde que me explicaron cómo activar la pantalla partida en el ordenador, salgo siempre a la calle con la pantalla partida aunque no lleve ordenador. No sé cómo no se me ocurrió antes pero, en estos últimos días, me ha venido muy bien, sobre todo desde el siguiente a la catástrofe de Valencia, cuando un Feijóo incomprensible desde el punto de vista de lo que se espera de un líder de la oposición, se ofreció voluntario para agitar la tormenta. Luego, y lo que resulta todavía más incompresible, pareció dar a entender lo contrario y propuso que Sánchez asumiera directamente el control. ¿O no fue eso lo que propuso?, ¿o lo que propuso como buen gallego fue lo contrario de lo que parecía estar proponiendo? Ahora pongo en un lado de la pantalla lo que veo y creo que pasa y, en el otro, lo que otras personas dicen que pasa. La doble pantalla o pantalla partida mental me permite ir con más tranquilidad y casi es un ejercicio de supervivencia para moverse entre la actualidad. Hanna Arent tardó dos años en entregar la historia sobre Eichman que había escrito para el New Yorker y sólo entonces pudo sacar conclusiones. Estos días, desde lo de Valencia, eso que se llaman redes sociales (pero no sólo redes sociales, también conversaciones y hasta medios que presuntamente informan) se han ido llenando de trumpismo de manual. Sí, Trump vuelve sin haberse ido, pero en general, aunque no siempre puedo, intento no opinar al momento y dejar que pase el día siguiente y, todavía mejor, el siguiente al siguiente. A eso me ayudará la pantalla partida, la doble pantalla (igual me pongo con la triple o con la multipantalla), ahora que he decidido adaptarla también al día a día, a lo más cotidiano, desde que salgo de casa. Y hasta estoy considerando también dormir con ella. Para distinguir lo que es verdad y lo que no, lo que es realidad o es sueño (o pesadilla).