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De gris que era el Gobierno alemán, ha entrado en crisis y casi ni se ha enterado en Europa. La denominada coalición semáforo, que si juntas los colores sale de un color indeterminado, se ha descalabrado esta semana, con el personal ibérico perdido en el desastre y el mundial deslumbrado por los focos de Donald Trump. El canciller, Olaf Scholz, socialista, el más ignoto de los líderes gubernamentales alemanes en décadas, decidió romper la coalición después de una propuesta de presupuestos inasumible presentada por su ministro de Economía, que es de los liberales. Ojo, que Scholz lleva tres años en el Gobierno y cuesta acordarse de quién es. Todo después de una enorme castaña en unas elecciones regionales en las que salió campante la ultraderecha. Y una ultraderecha alemana mueve todos los ecos que mueve. En medio de una enorme ensaldada de partidos y una inestabilidad tremenda, la principal potencia europea se va a unas elecciones, parece que en el mes de enero.

La situación se une a los serios problemas económicos que arrastran los alemanes. Cierres de fábricas de coches y un futuro incierto con el conflicto con Rusia en medio. Así como EEUU queda lejos, que se gripe Alemania, con Francia costipada es un nubarrón tremendo para la Unión Europea. Los únicos que parecen sanos son los que, o bien siempre han pintado poco o bien no les convence el proyecto europeo. Si los pronósticos en torno a Trump aislan a los 25 y los que siempre han tirado del proyecto están groguis, se avecina una gran orfandad. Nada bueno sale de aquí y no será Sánchez quien rescate Europa. Hace una década nadie hubiera dicho que se fuera a añorar a Angela Merkel tanto, pero la falta de una cabeza visible al frente de Alemania ha sido un problema estos tres años. La sombra de otro proyecto disruptivo que pueda caer lo hace todo más sombrío.