El pasado 9 de octubre presencié a trompicones el debate realizado en el Congreso de los Diputados sobre las ventajas e inconvenientes del actual flujo migratorio que sufre el Estado español. Sánchez defendió la conveniencia e incluso necesidad de la inmigración para ir sustituyendo parte de la fuerza laboral, puesto que los que se jubilan superan a los que nacen. Lo defendió con datos y recalcando que se debía poner un orden estricto a los inmigrantes para que se pudiesen incorporar convenientemente a las necesidades laborables locales. Estas necesidades laborales son ineludibles si se quiere mantener a una población envejecida y que ahora necesita recibir una compensación por su fruto aportado.
El debate fue triste porque, mientras el jefe de Gobierno mostraba en su exposición la necesidad imperiosa de sobreponer una nueva estrategia para salvaguardar al Imperio del problema poblacional, la única aportación de la derecha (tanto la extrema sin complejos como la extrema acomplejada) no era otra que liquidar el Gobierno de Sánchez; pero sin mostrar para nada lo que se podría hacer para evitar el grave problema laboral.
Por eso, los únicos que mostraron un comportamiento mínimamente coherente fueron los siete miembros de Junts, que tienen como única solución salir de ese imperio exhausto y sin otro horizonte que mantenerse en pie sin cambiar nada de lo necesario. Nadie puede saber lo que harían con su independencia esos siete diputados; pero por lo visto en aquel debate hay que suponer que harían algo para evitar que lo que le ocurre ahora al imperio no les ocurriese en su casa en el caso de una posible independencia.
El resto del Congreso, sobre todo las derechas, no ofrece otra solución que continuar apuntalando un artilugio que sin cirugía profunda difícilmente podrá enmendarse. Solamente les queda apuntalar lo que se está cayendo porque todo aquello que sea abrir cauces auténticos para reformar lo que chirría es visto como una debilidad contra los que sabían lo que se hacían cuando planificaron la Transición. Pero cualquier organización cuya única solución sea ir apuntalando lo que se está desmoronando tiene una continuidad muy desalentadora y un final inevitablemente agónico.
Para cualquier observador imparcial que viese aquel espectáculo no podía percibir otra cosa que la pretensión de mantener a toda costa el desbarajuste creado en la tramposa Transición. No se puede pasar de una dictadura a una democracia manteniendo un poder tan potente como el Judicial sin aplicarle una cirugía intensiva. Visto ahora en perspectiva, queda claro que este Poder Judicial es aquello a lo que se refería Franco cuando dijo que «todo estaba atado y bien atado». Algunos han acusado al Poder Judicial de perpetrar un golpe de Estado; pero esto es una simpleza porque un golpe de Estado implicaría cambiar el poder que mantiene y gobierna el Estado. Y lo que hace el Poder Judicial es todo lo contrario, pretende mantener el poder que le asignó la Transición contra los intentos de demócratas que pretendiesen hacer del Imperio una democracia no solamente formal y tramposa, sino auténticamente positiva.
Porque, seamos sinceros, el Imperio, tal como salió de la Transición, era un simple artificio para hacer creer a quien quisiese creerlo que se había pasado de la dictadura a la democracia con una liberación de ciertos poderes. Pero el Imperio, para ser democrático, más que una regeneración necesitaba un total renacimiento. Y el primer poder que exigía ser renacido era precisamente el Judicial; tal como están demostrando diariamente muchos miembros de ese poder.
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