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La cultura es la guerra por otros medios, no necesariamente más incruentos, por lo que hablar de guerras culturales suena redundante. Sin embargo, es la modalidad bélica del momento, equivalente a las antiguas guerras de religión, las Cruzadas por ejemplo, y aunque no sustituye del todo a las guerras convencionales, ni menos las erradica, en su formato de guerrillas mediáticas y digitales ha proliferado enormemente en las últimas décadas, y está de moda (moda cultural) en Occidente, ese campo de batalla cultural de toda la vida. No pasa día sin que escuchemos confusas noticias de esta guerra cultural, ya procedentes del frente (avanzadillas) o de la retaguardia (escaramuzas), y puesto que básicamente todo es siempre cultura (la tauromaquia y las cancelaciones también), no faltará quien piense que, por lo tanto, todo es guerra. Un poco exagerado, aunque no demasiado, ya que en este siglo XXI al patriotismo territorial se ha añadido el cultural, y hay patriotas culturales en todas partes, a izquierda y derecha, sobre todo a ultraderecha. Y como si algo sobra son asuntos culturales, el escenario bélico está garantizado, y a la que uno se descuida tiene un batallón de cultos zapadores en el pasillo de su casa. Qué lata, las guerras culturales de nunca acabar. Por supuesto, dado que la cultura no nació ayer, aunque muchos así lo crean, los combates más encarnizados se libran en las históricas trincheras, convertidas en un lodazal hediondo, del sexo (ahora género), la raza, las viejas tradiciones, las mujeres (el feminismo), la religión, las identidades, los mitos, el nacionalismo y, sobre todo, la inmigración, gran caballo de batalla de las ultraderechas en todo el mundo, su pendón y su bandera. Los inmigrantes pertenecen a otras culturas, y por tanto, son el enemigo a batir. Ya lo eran cuando los que emigrábamos para colonizar éramos nosotros, conque figúrense. En fin, que cuando lean noticias sobre la guerra cultural, que es mundial, ya saben de qué nos están hablando. Nuestras desastrosas izquierdas la propiciaron a base de disparates, chorradas y sermones morales, y las ultraderechas aprovechan para atacar. ¿Y quién ganará? Los más incultos, naturalmente.