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En la sociedad actual, la democracia se enfrenta a un desafío sin precedentes: la desinformación. En un mundo cada vez más conectado, donde la información fluye a una velocidad vertiginosa, es fundamental comprender cómo la desinformación es capaz de distorsionar la realidad, manipular la opinión pública y poner en peligro los cimientos y los principios fundamentales de la democracia. La desinformación puede ser utilizada como una herramienta para influir en las elecciones, lo hemos visto recientemente en USA, para difamar a los oponentes políticos y generar división en la sociedad. Lamentablemente, esto acaba socavando la confianza en las instituciones democráticas y debilitando la participación ciudadana.

La desinformación también puede afectar la calidad del debate público generando confusión y polarización. Como señala Timothy Snyder, historiador y experto en autoritarismo, «la desinformación crea una realidad alternativa en la que los hechos objetivos son cuestionados y la verdad se convierte en una cuestión de opinión». En este contexto, es difícil para los ciudadanos tomar decisiones informadas y participar en un debate basado en hechos verificables.

Estaremos de acuerdo en reconocer la urgencia de abordar la desinformación desde diferentes frentes. Sin embargo, soy una firme defensora de que hay que empezar por fortalecer la educación cívica y mediática, porque creo que la educación es la mejor defensa contra la desinformación. No la censura, no la prohibición. Creo que los ciudadanos debemos ser capaces de discernir entre información verificada y falsa, y desarrollar habilidades críticas para evaluar la calidad de las fuentes de información. En definitiva, ser ciudadanos libres. Algo que parece imposible en la era de ‘idiotización’ masiva, de la cultura de la cancelación, de la desinformación y del movimiento woke. Porque, ojo, en esta cruzada contra los bulos, no vayamos a confundirnos e incluyamos las informaciones de los que no piensan como nosotros o que no nos gusten. Y tampoco vayamos a minorizar el grave problema de la desinformación adoptada a sabiendas y basada en técnicas ‘gobbelianas’ como que «una mentira repetida suficientemente se acaba convirtiendo en verdad» y «si no puedes negar las malas noticias inventa otras que las distraigan» mientras se siguen cavando trincheras y levantando muros.