El cadáver del adolescente quedó tendido sobre la acera. Foto: JULIÁN AGUIRRE

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JAVIER JIMÉNEZ ¿Qué habría ocurrido si Fabio Tomás Prieto Martín, un motorista palmesano de 16 años, hubiese llevado casco?. Según la Policía Local, casi con toda seguridad el joven habría acabado en el hospital, herido grave o leve, pero la realidad es que no lo portaba y esa circunstancia le costó la vida. El joven, a las cuatro de la tarde, se encontraba en compañía de un amigo de su misma edad circulando arriba y abajo de la calle Joan de Saridakis de cala Major, muy cerca del palacio de Marivent. Se trata de una vía con una pendiente muy pronunciada y Fabio Tomás decidió intercambiar su ciclomotor con el de su compañero, una Aprilia de 49 centímetros cúbicos de color negro.

Subió la calle, dio la vuelta y comenzó el descenso a una velocidad considerable. El otro motorista hizo el camino a la inversa y cuando se cruzaron, casi a la altura de la curva del número 12, el joven comprendió que iba demasiado rápido y frenó en seco. La moto, sin embargo, no se detuvo como él esperaba y durante quince metros fue dejando una frenada negra de neumático sobre el asfalto, hasta que golpeó contra la acera y salió despedido contra una pared. Fabio Tomás se destrozó el cráneo y la muerte le sobrevino al instante. Su cuerpo, ciertamente corpulento para su joven edad, quedó tendido sobre el bordillo en medio de un espeluznante charco de sangre.

Vecinos y comerciantes fueron los primeros en acudir a la llamada «curva de los accidentes», ya que se trata de un 'punto negro' donde se han registrado infinidad de siniestros, el último hace escasas semanas. Los sanitarios del 061 confirmaron los peores presagios y tres agentes de la Policía Local se hicieron cargo de las diligencias. Tomaron declaración al dueño de la moto, que estaba muy entero, y a varios testigos, y luego registraron el cadáver en busca de su documentación. Una funcionaria le quitó dos anillos, una pulsera y un mando de garaje, y poco después se averiguó su identidad. El trago más duro estaba por llegar: su madre apareció en la calle con el rostro lívido; todavía no sabía a ciencia cierta si su hijo estaba bajo aquella manta blanca, inerte, pero lo intuía. Cuando un policía se lo confirmó sus gritos dejaron helados a todos los presentes.