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Rita sabe que se libró de la muerte por muy poco. La compañera inválida de Evaristo Díaz, el asesino confeso de sa Pobla, continúa ingresada en el hospital de Son Dureta, recuperándose de sus lesiones tras el salvaje ataque del sábado. Ayer concedió una entrevista a Ultima Hora en la que relata aquellos minutos infernales, que se le hicieron eternos, en los que fue asesinada su vecina, ella recibió una paliza de muerte y otro vecino octogenario (padre de la víctima mortal) fue también apaleado.

«Evaristo sólo me había pegado una vez, y de eso hace mucho tiempo. Somos compañeros desde hace quince años, pero no novios. Sé que parece raro; convivíamos bajo el mismo techo, pero nada más», expuso la alemana, de 48 años. «Últimamente -prosiguió- estaba un poco alterado. No es que bebiera mucho, pero consumía cervezas y champán. Tenía muy mal carácter y esa noche no pudo dormir». Por la mañana, a las siete y media, Rita se despertó sobresaltada por un ruido extraño. Procedía del otro lado de la cama. Giró la vista y se encontró con Evaristo sentado en el suelo, con un cuchillo entre las manos: «Estaba como ido, y se estaba cortando a la altura de la barriga. Le grité, le dije: "¿Qué estás haciendo?" y me arrastré hasta él y le quité el arma». Evaristo, de súbito, se enfureció. Cogió una botella de cava y la estampó con furia contra su amiga alemana.

Tras algunos golpes en la cabeza se calmó y la mujer, aterrorizada y sangrando, aprovechó la oportunidad para llamar por teléfono al 112. El sexagenario catalán seguía en la casa, y volvió con otra botella entre las manos. Rita gritó tan fuerte como pudo y sus alaridos fueron escuchados por Margalida Ros, su vecina. «Mata-Hari», apodo por el que era conocida la víctima, abrió la puerta de su casa y se encontró de frente con la impedida, que sollozaba víctima de una segunda paliza. Corrió en su ayuda y de improviso se encontró con la figura escuálida de Evaristo, que se acercaba amenazadoramente hacia ella. La alemana ya no vio lo que estaba pasando, pero lo intuyó. Oyó un estrépito, voces y gritos ahogados, y cerró su puerta asustada.

Llamó otra vez al 112 y siguió atenta a lo que ocurría al otro lado del rellano, en la casa de su vecina. Minutos después los gritos cesaron y Evaristo, con un tono de voz sospechosamente tranquilo, tocó a la puerta. «Me dijo: "Todo está bien, ábreme", yo le pregunté por Margarita, porque no la oía, y el contestó: "Ahora vendrá, pero abre"». Rita, postrada sobre la silla de ruedas, esperó con el corazón en un puño, hasta que Evaristo comenzó a aporrear la puerta con violencia. Quería entrar por la fuerza. Y parecía cuestión de tiempo que lo consiguiera. Sin embargo, la Policía Local llegó a la vivienda en aquel momento crítico y el asesino subió a la azotea. Iba ensangrentado y supuestamente pensó en arrojarse al vacío. No lo hizo.

Tres días después de aquella pesadilla, con el cuerpo marcado, Rita todavía no comprende qué le pudo pasar a su compañero: «Hace tres años y medio me quitaron una pierna y desde entonces su carácter se agrió un poco. Aún así no entiendo por qué mató a Margalida. Se llevaban bien, y de repente la destroza a golpes. Conmigo también lo intentó, pero me libré y lo puedo contar».