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JAVIER JIMÉNEZ
Qué curioso contraste el de Son Banya. La miseria, basura y suciedad son sólo la parte visible, exterior. Hay algo más en las alcantarillas de ese submundo: millones de euros enterrados.

A la entrada de la finca de «El Moreno» hay una rata tan grande que podría ser un conejo. Un coche le pasó por encima y su piel disecada lleva días planchada sobre el asfalto, sin que nadie se moleste en retirarla. De hecho, no incomoda a nadie. Son Banya es así, un paraíso de contrastes. Yonkies sucios y escuálidos llegan al poblado tras una caminata eterna desde el Coll den Rabassa, casi en peregrinación, y pasan junto a un fabuloso BMW propiedad de quien les va a vender las «papelas». Al salir enfilan en dirección a la rata seca y la pisan, sin darle mayor importancia. A unos metros unos caballos limpios y caros relinchan. Son propiedad de uno de los inquilinos del 'supermercado' de la droga. Otro contraste. Los niños juegan sobre montañas de escombros, ruedas quemadas, ciclomotores destripados y basura. Mucha basura. Y a pocos metros, unos zulos cuidadosamente excavados en huertos ocultan tanto dinero que solucionaría la vida de familias enteras. Familias normales, no de narcotraficantes. Es el enésimo contraste, pero no el último. La reflexión se antoja clara: la suciedad de Son Banya tapa el dinero sucio. Como siempre ha sido.