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Mariano, nombre ficticio del menor protagonista de esta peripecia, quiso hacer creer que había pasado de ser molestado en las inmediaciones de su domicilio a ser objeto de un secuestro. No coló. Meses después ha sido condenado a 50 horas de trabajo en beneficio de la comunidad por simulación de delito y «para que interiorice normas», pero en medio han quedado numerosas gestiones policiales y judiciales que paga el contribuyente.

A sus 14 años, Mariano se salió con la suya en lo tocante a llamar la atención de familiares y amigos por ser la presunta víctima de un secuestro aparentemente bien saldado, pues no hubo ni violencia ni petición de rescate ni privación de libertad más allá de un puñado de horas en las que faltó del hogar.

Hasta el verano pasado había tenido ocupados a los agentes de la Policía Local del municipio mallorquín en el que reside para averiguar quiénes eran los misteriosos centauros que a bordo de una moto le molestaban cuando se dirigía al colegio, y luego se evaporaban pese a la vigilancia persistente de los agentes. Tampoco se pudo saber nada de los que al decir del menor y de su influenciada familia, arrojaban piedras contra el tejado de la casa, hacían pintadas amenazadoras, en inglés, e incluso se apropiaban de vajilla y la cartera de uno de los moradores de la residencia. Mariano estaba en el punto de mira de una conspiración sin motivo declarado hasta que un buen día, y según él, se lo llevaron de casa sin amenaza armada pero advirtiéndole que tenían retenida a su madre y tejió una historia de 14 horas de periplo por Palma y alrededores en compañía de dos individuos que más que flagelarlo se ocupaban de alimentarlo.

Los especialistas de la Guardia Civil hicieron su trabajo. Fotos, huellas dactilares, averiguaciones de entorno y cuantos datos pudieran arrojar luz sobre los hechos. Mariano apareció, sano y salvo en casa de un buen amigo, y los investigadores reconstruyeron los hechos. Un mes después remitieron los resultados. «Detención de un menor, supuesto autor de daños a la propiedad, amenazas por escrito y simulación de delito». Así rezaba el atestado de la Benemérita, en cuyo desarrollo constaba la negativa de Mariano a declarar y por contra el testimonio de un buen amigo que dijo haber estado con él durante el presunto secuestro.

Para los agentes encargados de caso no cabía dudas de que Mariano se había inventado su detención ilegal, del mismo modo que había fabulado sobre los anteriores ataques denunciados por su madre, propiciados por él mismo y posiblemente auxiliado a veces por un amigo. La presunta víctima era ya un presunto delincuente camino de una sentencia de un juez de menores.

En el expediente judicial se recoge que la madre de Mariano estima que su hijo acata las normas que se le imponen en el ámbito familiar. Quizá la sociedad, que ha pagado en dedicación y salario a cuantos intervinieron en el esclarecimiento de la simulación, se pregunte entonces a qué norma se refiere el magistrado cuando le condena para que interiorice «las reglas que le lleven a asumir su responsabilidad».