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JAVIER JIMÉNEZ Petrov debía de añorar mucho los palacios de su San Petersburgo natal, porque emuló en su mansión de Calvià el lujo exagerado de la época de los Romanov.

La residencia, que construyó recientemente sobre el mar, tiene cinco plantas y más de 1.000 metros cuadrados construidos. La decoración interior es exiquita, con cuadros muy valiosos, entre ellos un Miró que ha sido intervenido. La escalera interior del complejo era de un mármol carísimo y el mobiliario de las más de quince habitaciones era de madera de primera calidad. Cuentan que se gastó muchos millones de las antiguas pesetas en entrar una gran palmera en el palacete y la entrada exterior la coronó con un frontón neoclásico y dos leones a ambos lados de la puerta. Dos enormes columnas daban la sensación de grandiosidad y lujo desmesurado, que era lo que buscaba Petrov. La seguridad en la finca era extrema. Había contratado los más avanzados sistemas de alarmas y nadie entraba o salía sin que él lo supiera. Su lugarteniente, Jurij Mijailovic Salikov, vivía justo enfrente de él, por si tenía que ayudarlo en algún momento. Ayer, sin embargo, no le fue de mucha ayuda.

La suntuosa propiedad del magnate ruso tenía acceso directo a través del mar, en la urbanización Sol de Mallorca. Todo lo que rodeaba la mansión era ostentación. Tanta, que cuentan que cuando algún turista paseaba por la zona siempre acababa visitando el espectacular caserón. Petrov no reparaba en gastos, porque si algo tenía era dinero. En cantidades industriales. Dirigía su imperio desde Calvià y por eso su palacio tenía más aspecto de fortaleza que de chalet de lujo. Era esa robustez arquitectónica la que quería que se reflejara también en sus finanzas y negocios. Ayer, empero, comenzaron a aparecer las primeras grietas. El castillo podría ser de naipes.