Harapu, con el pelo largo, rodeado ayer de guardias civiles, de uniforme y de paisano. Foto: MICHELS

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JAVIER JIMÉNEZ Abre cajas fuertes en 14 segundos. Y tarda un poco más en volver a España tras ser conmutada su pena de prisión por una orden de expulsión. Se trata de Harapu, un rumano experto en desvalijar hoteles, que ha vuelto a ser detenido por reventar 35 cajas fuertes en Calvià. Un error de la Administración ha permitido que regresara a Mallorca, donde incluso le expedieron el NIE (Número de Identificación de Extranjeros).

El Grupo de Investigación y la Policía Judicial de la Guardia Civil llevaban desde marzo tras Harapu y su banda. Había dejado su sello inconfundible en muchos hoteles y su detención era cuestión de tiempo. El pasado día 16 el rumano y su acólito, Sasu, fueron sorprendido en un hotel de Santa Ponça, planificando su próximo golpe. Intentaron huir y se enfrentaron con los agentes, pero todo fue inútil. En un inmueble de la Avenidas de Palma fue localizada la novia de Harapu, una brasileña llamada Ferreira. El siguiente paso fue descubrir el piso franco de la banda, donde almacenaban todo el material que robaban en los hoteles de Calvià.

El género, compuesto por televisores de plasma, cámaras fotográficas, documentación personal, ropa de marca, ordenadores, teléfonos móviles y joyas, está valorado en más de 150.000 euros. Y además ha permitido atribuir al hábil rumano hasta 35 asaltos a cajas fuertes de hoteles. Los investigadores han descubierto que Harapu y su gente utilizaba dos métodos para entrar en las habitaciones: uno era usar un plástico para abrir las puertas y otro forzar las ventanas de las terrazas. Una vez dentro Harapu era el Rey. Apenas se esforzaba para abrir la caja de seguridad y si el asunto se complicaba la metía en la maleta del turista y salía del cuarto como si se dirigiera al aeropuerto.

El delincuente del Este ya fue cazado el 18 de octubre de 2004 por lo mismo. En aquella ocasión forzó 32 cajas y fue condenado a pena de cárcel. Se le ofreció la posibilidad de conmutar la condena por una expulsión del territorio nacional y Harapu no se lo pensó dos veces. Aceptó y se marchó. A alguien se le olvidó inscribirlo en el registro oficial que prohibe la entrada en España de expulsados y el rumano, feliz, aprovechó la segunda oportunidad. «Qué simpática es esta gente», debió de pensar.