Judit Maiquez, fotografiada en el paseo de Mallorca de Palma. | Alejandro Sepúlveda

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– ¿Has vuelto a coger botellas de cristal de bebidas gaseosas desde que sufriste el accidente?

– No, nunca. Me las dan abiertas o en una copa. No me atrevo a abrirlas. No sé qué falló. Yo no culpo a nadie, realmente. Fue mala suerte.

Judit Maiquez tenía 20 años y trabajaba como camarera en un restaurante de Mallorca en 2017. El 13 de agosto se disponía a reponer la nevera del establecimiento y, al agacharse, el cuello de una botella de cristal explotó. Salió disparado hacia arriba, como un cohete, e impactó en su rostro.

«No sé cómo reventó. Fue todo muy rápido. Sentí el impacto, me tapé la cara y me dije: ‘Me he roto la nariz'. Tenía un corte bastante profundo desde la nariz hasta el labio. En el PAC me pusieron puntos y me mandaron para casa».

La joven todavía no era consciente de que el estallido de la botella de refresco le había provocado un edema corneal en el ojo izquierdo. «Yo sufrí el accidente y al día siguiente estaba trabajando», recuerda.

Fue perdiendo la visión de manera progresiva. A los dos días se dio cuenta de que el accidente era más grave de lo que parecía. «Me molestaba la luz, era fotosensible. Un oftalmólogo me dijo que tenía un edema corneal y que el ojo lo podía recuperar... o no».

No lo recuperó. «Yo de este ojo no veo, soy ciega, pero pensaba que siendo joven se podría recuperar más rápido que el de una persona mayor. En el momento que sufrí el accidente no me hablaban del transplante de córnea como algo urgente porque pensaban que, con el tiempo, a lo mejor podía evolucionar. Yo me sigo poniendo gotas y hace cuatro años de esto, pero en 2020 tuve una infección y por eso se me ha quedado blanco. Lo pasé muy mal, llegué a pedir al oftalmólogo que me quitara el ojo».

Judit contactó con la multinacional del refresco que explotó, pero le comentaron que no se harían cargo de lo sucedido. Ella no tenía la botella rota, testigos ni grabaciones.

Dejó la hostelería y un año después volvió, pero se negó a manipular las bebidas gaseosas. «Me asustaba cuando mis compañeros las abrían porque me acordaba del sonido de la explosión. Me quedó ese trauma. En mi casa no hay nada con gas».

Judit, que ahora trabaja en una relojería-joyería, se ha acostumbrado a no ver por un ojo. «De todo se sale y la vida sigue», asegura con optimismo.

Indemnización por las secuelas

El Juzgado de lo Social 4 de Palma ha estimado la demanda interpuesta por Judit, a través del abogado César Mateo Navas, y declara que padece una incapacidad permanente parcial.

La jueza ha condenado a una mutua aseguradora a que indemnice a la joven con 36.718 euros por las secuelas del accidente de 2017. «Llevo cuatro años luchando para que alguien vea lo que me pasa. He tenido que ir al psicólogo por esto. Acaba cansando rememorar todo el rato los hechos. Entras a trabajar un día normal y sales ciega de un ojo», concluye Judit.