Llevan un año espiándoles en la sombra y el viernes por la tarde, por fin, está todo dispuesto. Es el día D. Y las 17.00, la hora H. Para la Guardia Civil se trata de la ‘Operación X Gemina' y para la Policía Nacional es la ‘Operación Atlántida', pero en realidad es lo mismo: el objetivo es asaltar Son Banya conjuntamente y descabezar al clan de ‘El Ove', el heredero no natural de ‘La Paca'.
Faltan unos minutos para el momento clave cuando una pelea entre dos yonkis está a punto de tirarlo todo por tierra. Los agentes están escondidos en las inmediaciones y durante la trifulca alguien del poblado grita: «Llamad al 091». Si van patrullas a calmar los ánimos, todo se irá al garete porque los narcos se pondrán en alerta máxima. Los agentes de la UDYCO y de la Policía Judicial benemérita contienen la respiración en unos segundos interminables. Al final, a Dios gracias, los dos contendientes se separan tambaleantes y se marchan cada uno por su lado.
Asalto
Las agujas marcan las cinco de la tarde y, de improviso, una comitiva de coches K (camuflados) entran en la calle principal del gueto. Antes, la Guardia Civil de Tráfico ha tenido un papel clave: ha cortado las rotondas de la zona y la caravana no ha quedado atrapada en el bullicioso tráfico palmesano. Es viernes por la tarde, la hora de los ‘farloperos' (consumidores de coca), y los primeros aguadores (los paraguayos que dan la voz de alarma si detectan algo extraño) sonríen satisfechos al ver la cola con tantos compradores: «El negocio está hoy a tope».
Los vehículos callejean por aquellas avenidas semivacías, donde el sol cae a peso. Las puertas blindadas de los puntos de venta están abiertas, que con 34 grados no está el horno para bollos. De repente, unos gritos. Y todo cambia. Decenas de agentes se apean de los coches y corren rápidamente de un lado para otro, asaltando las casetas antes de que puedan ser atrancadas desde dentro. Algunos niños y mujeres gritan, pero ya es demasiado tarde. Acto seguido, las unidades especiales de la Policía Nacional –UPR y UIP– entran a paso militar en el poblado, junto a los GRS de la Guardia Civil. Un espectáculo. Auténticos armarios roperos con fusiles y cara de pocos amigos. Bromas con ellos, las justas. Ahora se entiende aquello de bautizar el asalto como la X Gemina. Fue una mítica legión romana de la época de Julio César, acantonada en La Galia. El ritmo de aquellas fuerzas especiales recuerda a los conquistadores romanos. Golpean el suelo con sus botas negras, con cadencia marcial, y en siete minutos todo ha acabado. Un asalto relámpago. Un ‘blitzkrieg' alemán.
Gabriel A. G., ‘El Ove', es el objetivo prioritario. El enemigo público número uno. Es un tipo de lo más escurridizo, que ya ha escapado en otras ocasiones de los investigadores y es una incógnita saber si está dentro del poblado o en alguna de sus casas francas, fuera de Son Banya. Quizás en Algaida, donde los de su clan se ocultan cuando las cosas se ponen feas. Sus hermanos y hermanastros son localizados, pero no se halla ni rastro del narco que antes lucía una larga melena. Es el heredero de ‘La Paca', pero nunca ha tenido el poder que atesoró la exmatriarca.
‘El Ove', una vez más, ha conseguido escapar, aunque es solo cuestión de tiempo de que den con él y acabe otra vez en prisión. El tiempo que pasará entre rejas ya es otra cuestión. No hay que ser demasiado optimistas. En cualquier caso, el enésimo asalto a Son Banya deja unos números esperanzadores: 18 detenidos (15 varones y 3 féminas), más de medio kilo de cocaína, dos kilos de marihuana, numerosas básculas trucadas y una escopeta del calibre 22. Además, 1.600 sobre de Kamagra, conocida como «la Viagra mala».
Muchas ratas
31 casetas del poblado, es decir, casi todas, son registradas durante las horas que dura la redada policial, supervisada por el fiscal Julio Cano y el juez Sobrino, del Juzgado de Instrucción 1, en una causa que está secreta. Los agentes también se llevan de las chabolas 113.000 euros en billetes fraccionados.
Un dato que llama la atención de los investigadores es la cantidad de ratas que pululan por las calles. Otras yacen muertas en alguna esquina, tiroteadas a perdigonazos o envenenadas. Con la calor insoportable, la basura almacenada junto a las casetas desprende un hedor irresistible para los roedores, algunos de ellos de dimensiones inquietantes. Durante el operativo, uno de los residentes farfulla para sí, tenso. No lo han detenido, pero tanto uniformado arruina el negocio. Y eso es mucho peor que ser arrestado. «A ver si se largan pronto», murmulla. Que el supermercado de la droga no cierra nunca.