La Guardia Civil precintó la caseta de las afueras de Artà donde apareció el cadáver salvajemente asesinado.

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En la calurosa madrugada del 29 de agosto de 2005, un menor magrebí avanzó entre la oscuridad en dirección a una caseta de las afueras de Artà, frente al cementerio. Quería visitar a su amigo Pere Bonnín Fuster, un cocinero de 54 años que vivía casi en la indigencia. Cuando abrió la puerta de la antigua casa de 'matançes' se topó con una escena dantesca que nunca ha podido olvidar: el mallorquín había sido repetidamente apuñalado y para rematarlo le habían destrozado la cabeza con una piedra. Esta es la crónica de un crimen que sigue impune porque el único juzgado fue declarado no culpable.

Pere Bonnín había sido carnicero y panadero, además de cocinero, pero en aquella época pasaba por terribles penurias económicas. Se había separado de su mujer, Margarita, tres años antes y había comprado aquella pequeña propiedad, donde se acumulaba basura y deshechos. El mallorquín se relacionaba con peligrosos personajes del hampa del Llevant y últimamente no podía ni pagar la electricidad de su caseta, que estaba a oscuras. Esa madrugada del 29 de agosto, hace ahora 18 años, el adolescente marroquí que halló el cuerpo salió, enloquecido, a un camino rural, gritando: «Han matado a Pedro, está reventado». En efecto, el cadáver estaba apoyado contra una pared, sobre un horripilante charco de sangre. Le habían apuñalado en la espalda y el cuello, una decena de veces. El asesino -o los asesinos- se ensañaron con él. Para rematarlo, le deformaron la cabeza a golpes de piedra.

Un joven fue detenido como supuesto encubridor y después quedó en libertad.

La Policía Judicial de la Guardia Civil, dirigida por entonces por el legendario comandante Bartolomé del Amor, precintó aquella noche de verano la minúscula caseta, pero no fue hasta al amanecer, con la primeras luces del día, cuando los investigadores decidieron buscar huellas e indicios en el interior. El día despuntaba y la luz confirmó la terrible carnicería: había sangre por todas partes y el cocinero había sido atacado sin piedad. El cuerpo evidenciaba que se habían ensañado cruelmente con él. El joven que había descubierto el crimen fue interrogado, por si tenía alguna relación con los hechos, y afloraron algunas informaciones relacionadas con ambientes homosexuales, las sustancias estupefacientes y los bajos fondos de Artà.

El forense Javier Alarcón realizó el levantamiento del cadáver. Pere Bonnín vestía con pantalones cortos y unas chanclas. Los golpes lo habían dejado irreconocible. Desde el primer momento, un detalle llamó la atención de los investigadores: todos los testigos coincidían en que el cocinero se movía en un destartalado Ford Fiesta de color negro, con matrícula del año 1985, pero en la finca no había ni rastro del coche. Todo apuntaba, pues, a que el criminal se lo había llevado para huir rápidamente de la escena del crimen. Un helicóptero benemérito sobrevoló durante días el municipio, sin suerte. Finalmente, el utilitario fue hallado calcinado en un camino de Algaida. El asesino era astuto y no quería dejar ningún indicio.

José R.M. fue juzgado por el asesinato a sangre fría, pero fue hallado no culpable.

Sin embargo, quizás por la celeridad con la que ocurrieron los hechos, el homicida dejó una pista que no pasó desapercibida para los veteranos beneméritos: un colgante con un corazón verde cuyo rastro fue seguido por los investigadores. Tras ímprobas gestiones, llegaron hasta la dependienta de una joyería de Artà que confirmó que había vendido esa joya a un 'amigo especial' del fallecido, que acababa de salir de prisión tras pasar 14 meses cumpliendo una condena por un robo con intimidación. Se trataba de José R.M., de 37 años, un delincuente común muy conocido en Artà por sus problemas con la policía y la Guardia Civil. En esos momentos, un joven ya había sido detenido como supuesto encubridor, pero quedó en libertad. Ahora, todos los esfuerzos policiales se centraban en José, que visitaba muy a menudo al cocinero en la minúscula caseta y era el principal sospechoso.

A medida que pasaban las semanas se fueron conociendo nuevos detalles del crimen y se confirmó que el asesino había utilizado una katana. Casualidades de la vida, José también tenía una. Si no era suficiente, un testigo lo había visto, tras el crimen, al volante de un Ford Fiesta negro. Así pues, el círculo se fue estrechando y finalmente, a principios de noviembre, el expresidiario fue detenido. Aunque él no lo sabía, llevaba días vigilado a distancia, con discreción absoluta. Los guardias civiles que lo seguían esperaban que cometiera un último fallo. Un error y todo se habría acabado para él. Pero se trataba de un tipo duro, casi rocoso. Un veterano del hampa que no se amilanaba fácilmente. Se negó a declarar e ingresó en prisión, de forma preventiva hasta el juicio, que se celebró en 2008, en la Audiencia de Palma.

En el proceso afloraron aspectos relacionados con la drogadicción, ciertos vicios y la marginación, y quedó muy claro que se trató de un asesinato a sangre fría, planificado de forma atroz. Declararon más de treinta testigos, que añadieron detalles escabrosos al caso. Pero José seguía sin venirse abajo. Cuando le tocó declarar, se mostró implacable: «El día del crimen estaba como siempre comprando droga en Son Banya y el día siguiente lo pasé atracando varios comercios», recitó sin titubear. El veredicto, al final, fue de no culpable, por lo que nunca se le pudo condenar por el brutal crimen de su amigo. Si José no fue el criminal, un asesino anda suelto. ¿Quién mató a Pere Bonnín?