Imagen de la antigua cárcel de Palma, donde ingresó el autor confeso del crimen de la viuda de Sant Magí.

TW
1

El 29 de junio de 1980, tres jóvenes y su perro se adentraron en una zona boscosa de Esporles, conocida como es Puig des Moro. De repente, el animal se inquietó y olfateó un rastro, hasta llegar a un cadáver de una mujer ligeramente apartado del camino. Esta es la crónica de un crimen con connotaciones sexuales que tuvo en vilo a Mallorca hace 44 años y que se saldó con la detención y condena del asesino, un joven sin antecedentes que se encaprichó de la viuda Antònia Crespí Vidal, de 61 años.

Tras ser descubierto el cuerpo sin vida, la Guardia Civil de Esporles se hizo cargo de la investigación y descubrió que la fallecida presentaba varios golpes en la zona craneal, así como puñaladas en un costado. No llevaba ropa interior y tampoco joyas. Las bragas fueron halladas entre unos arbustos, no muy lejos, cerca de un pañuelo de hombre con las siglas J.T. Ese fue, pues, el principal sospechoso.

La Policía Nacional, después, se hizo cargo de las diligencias y el examen forense arrojó luz: había indicios de agresión sexual y la naturaleza de la muerte era homicida. Le habían golpeado el cráneo salvajemente con una barra de hierro y le habían clavado un objeto punzante de forma reiterada cerca de las costillas. La cuestión clave, con todo, era descubrir la identidad de la víctima. No era vecina de Esporles y tampoco había denuncias por desaparición.

Antònia Crespí Vidal tenía 61 años cuando fue asesinada.

Los días iban pasando y la fortuna se alió con los investigadores. Una vecina de la calle Sant Magí, en la palmesana barriada de Santa Catalina, leyó la descripción física de la víctima de Esporles en los periódicos y sospechó que podía tratarse de una amiga suya, que residía muy cerca de ella y de la que no tenía noticias desde hacía días. Para asegurarse contactó con familiares de ella, que vivían en Santa María, y que, en efecto, le confirmaron que tampoco sabían nada de Antònia Crespí Vidal, una viuda de 61 años.

Al morir su marido, Juan Torres, se trasladó a vivir a Palma, donde llevaba una vida solitaria y tenía pocas amistades. La vecina acudió a la policía y al poco tiempo se confirmó que la mujer asesinada era la vecina de Sant Magí. El pañuelo era de su marido, así que no había un sospechoso claro. Sin embargo, los agentes descubrieron que Antònia tenía una cara poco conocida: regentaba algunos bares de Palma y consumía grandes cantidades de alcohol.

Las pesquisas, entonces, se dirigieron a estos locales. En un de ellos, en la calle del Carmen, en La Rambla, saltó la pista definitiva. El 27 de junio, antes del crimen, Antònia había estado allí tomando unas copas y había entablado amistad con un joven, con el que se marchó poco después. Localizar al misterioso acompañante se convirtió en una obsesión para los investigadores, que tuvieron un segundo golpe de suerte. Este definitivo.

Adolfo Juan Moreno Quintero tenía 24 años y era vecino del Coll den Rabassa.

Un muchacho había acudido a una joyería del barrio chino de Palma y había vendido una serie de joyas. Las piezas eran las que el asesino le había robado a Antònia el día de la agresión sexual y el asesinato. El joven era Adolfo Juan Moreno Quintero, de 24 años, y vecino del Coll den Rabassa. Estaba casado y tenía una niña de pocos meses. Trabajaba como camionero y era una persona introvertida y muy tranquila.

Los vecinos contaron que nunca se había metido en problemas y que era un padre y marido modélico, algo que corroboró la esposa. En el trabajo también destacaron que era serio y profesional: nunca faltaba a su jornada laboral y era educado y agradable. Algo no encajaba, pero cuando los policías llamaron a su puerta, salieron de dudas. Les abrió el propio Adolfo Juan, que les espetó: "Os estaba esperando, sabía que vendríais a por mí".

El joven contó todos los detalles de aquel encuentro casual en el bar de Palma. Según su relato, ella le dio conversación y tomaron unas copas. Luego fueron a otro local. Y como era la vísperas de las fiestas de Esporles, donde ella tenía familiares, le pidió que le acompañara en coche hasta aquella localidad. Él lo hizo, pero una vez allí Antònia no encontró a sus allegados y volvieron a bajar a Palma.

Fue entonces, por el camino, cuando el joven decidió desviarse por un camino, a la altura del kilómetro 12 de la carretera de Esporles. Quería mantener relaciones sexuales con la viuda sexagenaria, pero le propuso una serie de peticiones que ella no aceptó. Entonces, ofuscado, se abalanzó sobre ella y la violó en el coche. Cuando la sexagenaria pudo salir, él la siguió con un tubo de acero, con el que le destrozó la cabeza. Según su relato, no quería dejarla sufriendo, así que volvió al coche, cogió un destornillador y la apuñaló, rematándola.

Luego, movió el cuerpo y se marchó hacia el Coll, con su familia. Como si nada hubiera ocurrido. El camionero ingresó en prisión y un año después fue juzgado en la cárcel de Palma. Su abogado alegó trastorno mental, que negaron los forenses. Al final, fue condenado por el crimen y el robo, pero no se pudo acreditar la violación, a pesar de que previamente la había confesado. Le cayeron 27 años de cárcel. Adolfo Juan, el 'hombre tranquilo', encajó el golpe con una inquietante sangre fría. La policía cree que nunca se arrepintió.