Isabel Salas Grimalt tenía 39 años cuando fue asesinada en su casa de Manacor, en 1980.

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Hace 24 años, un sangriento crimen sacudió la ciudad de Manacor. Una vecina de 39 años, casada y con dos hijos, apareció brutalmente asesinada en su casa. Había sido sorprendida mientras bordaba con su máquina. Horas después, un joven con cierto grado de discapacidad fue detenido y acabó confesando el homicidio. Esta es la crónica de unos dramáticos acontecimientos que conmocionaron al pueblo. Benito Veny, el agresor, mató a Isabel Salas, la víctima, por 10.000 pesetas. Era ludópata y necesitaba desesperadamente dinero para sus partidas de dados.

La mujer vivía en una planta baja de la calle General Mola, a la altura del número 58. El jueves 24 de enero de 1980, sobre las siete y cuarto de la tarde, su marido Mateo Nicolau, albañil de profesión, regresó a casa y se topó con el cadáver de ella en el suelo, sobre un gran charco de sangre. Conmocionado, llamó a la Policía Nacional, que en pocos minutos se presentó en la vivienda y precintó la escena del crimen. El cadáver tenía el cráneo destrozado y el vientre apuñalado.

La declaración de unas vecinas fue clave para dar con el principal sospechoso. Esa misma tarde, sobre las cinco, Isabel descubrió a un intruso en el tejado de su casa. Lo sacó fuera, pero todo indicaba que el desconocido había vuelto, con funestas intenciones. Se trataba de un vecino del pueblo, llamado Benito, de 18 años y baja estatura.

Benito Veny tenía 18 años cuando fue detenido y confesó el crimen de Isabel Salas, de 39.

La caza de Benito se convirtió en una prioridad policial. Los agentes acudieron a su casa, pero no estaba allí. Tras algunas gestiones, averiguaron que siempre estaba en el bar sa Moladora, así que los policías se desplazaron hasta aquel local y, efectivamente, lo encontraron allí. Estaba tranquilo, pero unas manchas de sangre en los pantalones le delataron.

De forma paralela, los funcionarios que inspeccionaron la escena del crimen descubrieron que los cajones habían sido abiertos y que faltaban 10.000 pesetas. El móvil, pues, era el robo. Se descubrió que Benito, que sufría ataques de epilepsia y tenía una salud quebradiza, era un ludópata. Su afición por el juego no tenía límites, en especial las partidas de dados.

Tras su detención, el muchacho sostuvo que era inocente y que no sabía nada de los dramáticos sucesos de la calle General Mola. Apenas se alteraba y no mostraba nerviosismo alguno. Era como un témpano de hielo, inalterable. El viernes por la noche, sin embargo, un día después del crimen, Benito se derrumbó. Confesó que había matado a la bordadora y acabó en prisión.

Durante el juicio celebrado en la Audiencia de Palma el 20 de marzo de 1982, el joven reconoció que esa tarde, tras ser sorprendido por Isabel en el tejado de su casa, decidió volver a la planta baja, por una puerta de la cochería. Allí encontró un pico y cuando se coló en la habitación se topó con Isabel, que bordaba con una máquina y le daba la espalda. Amagó tres veces con golpearla con el pico y a la cuarta, cuando ella se giró al escuchar un ruido, le clavó la herramienta en el cráneo. Negó, no obstante, que después la apuñalara seis veces en el vientre.

Todo Manacor siguió el juicio con gran interés. Se recordó que Benito, que había sido atropellado a los seis años, había trabajado en algunos garajes de la ciudad, aunque sus problemas de salud y, sobre todo, su ludopatía, lastraban su vida. Finalmente, el tribunal dictó sentencia. Benito fue condenado a 27 años de reclusión mayor. 44 años después, en Manacor todavía no se ha olvidado el crimen de la calle General Mola.