En el mes de marzo de 1987 un conserje de un hotel de Cala Millor, exguardia civil, apareció cosido a puñaladas en el Hotel Said, donde trabajaba. En un principio se pensó que se trataba de un ajuste de cuentas y no de un robo, porque aparecieron 4.000 pesetas en la caja. Pero después la investigación conjunta de la Guardia Civil y la Policía descubrió que el móvil del crimen fueron 1.000 pesetas en monedas que dos menores de 13 y 15 años estaban sustrayendo justo en el momento en el que el trabajador los sorprendió. Esta es la crónica de un crimen que quedó prácticamente impune porque los autores eran casi niños.
Antonio Rodríguez Jaume, la víctima, era una persona muy apreciada en Porto Cristo, donde estaba afincado. Era agente de la Benemérita, pero cambió de trabajo y empezó en la hostelería, como conserje del Hotel Said. Un domingo de marzo de aquel año, cuando estaba de guardia, escuchó un ruido sospechoso. Dos adolescentes, con un amplio historial delictivo, se habían colado por una ventana que estaba abierta y estaban apoderándose de monedas fraccionadas, de las utilizadas para dar cambio a los turistas y veraneantes.
El empleado, según la reconstrucción de los hechos que llevaron a cabo los investigadores, les llamó la atención para que se marcharan, pero los dos intrusos, lejos de quedar intimidados, se abalanzaron sobre él. Uno de ellos esgrimió una navaja y le asestó un total de 20 puñaladas, algunas de ellas mortales de necesidad porque le alcanzaron órganos vitales. A continuación, los dos criminales salieron del hostal por la misma ventana por la que habían entrado y huyeron.
A primera hora de la mañana, unos extranjeros que acudieron a la recepción del hotel descubrieron, horrorizados, un cadáver en el suelo, en medio de un gran charco de sangre. Pidieron ayuda a gritos y cuando acudieron otros trabajadores comprobaron que se trataba del conserje de noche, que llevaba varias horas inerte. Inicialmente, la Guardia Civil se hizo cargo de las diligencias, pero después aparecieron una serie de indicios que provocaron que el Cuerpo superior de Policía (luego Policía Nacional) se sumara a las pesquisas.
La colaboración ciudadana fue clave para identificar a los implicados. Unos vecinos de Cala Millor, la tarde previa al crimen, repararon en dos menores que no eran de aquel núcleo turístico: «Aquí nos conocemos todos, y esos chavales eran de Palma y tenían muy mala pinta», contó uno de los testigos. Otro aportó los datos del coche en el que habían llegado y resultó que había sido robado. De hecho, por su edad, los dos amigos no podían tener el carnet de conducir.
El cerco, poco a poco, se iba estrechando y días después fueron detenidos los dos implicados. Pese a su juventud, ya eran sospechosos habituales. Carne de cañón. Uno de ellos se había fugado del centro de menores de Es Pinaret y el otro ya conocía aquel recinto de estancias anteriores. Confesaron el crimen y facilitaron todos los detalles del asalto. Buscaban dinero y Antonio Rodríguez se interpuso en su camino. El conserje intentó defenderse y sufrió cortes y heridas incisas en las manos. Luego recibió una lluvia de cuchilladas.
Los dos chicos, sin atisbo de remordimientos, huyeron con 1.000 pesetas (6 euros actuales) y bajaron a Palma, donde continuaron protagonizando robos. Cuando fueron arrestados, parecía que el asunto no iba con ellos. Las investigaciones permitieron atar todos los cabos sueltos y se descubrió, incluso, que hasta la navaja utilizada en el homicidio había sido robada.
El caso provocó una gran indignación en Cala Millor y en el resto de la Isla, porque los menores de 13 y 15 años quedaron internados en Es Pinaret -que tan bien conocían- pero no ingresaron en la cárcel por motivos de edad. A muchos ciudadanos les quedó una sensación de cierta impunidad y que el crimen, con ensañamiento, les había salido «demasiado barato», según las crónicas de la época.
2 comentarios
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ÁngelUséase, DPH, derecho penal humanitario; antes llamado 'el muerto al hoyo y el vivo al bollo'.
De esos barros, estos lodos, seguro que al final se integraron y ahora son miembros respetables de la sociedad, iban por buen camino.