Siempre he defendido que uno de los mejores planes, en invierno como en verano, es ir de galerías de arte. Esta vez fue en la Horrach Moyà para asistir a la primera exposición en solitario del joven Francesc Rosselló (Palma, 1994), con una obra que impacta, en apariencia sosegada pero que contiene notas de melancolía y en la que se aprecia una clara evolución de concepto, al haberse realizado antes y durante la pandemia.
Vips | Esteban Mercer
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