Guillem Mas junto a su tractor en una de las fincas de Mallorca en las que siembra diversos tipos de cereales. | Jaime Mora

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Guillem Mas (Maria de la Salut, 1979) es uno de esos payeses que ha apostado todo a los cereales en las 400 hectáreas de tierra que posee en diversos municipios del Pla de Mallorca. Mecánico de vehículos durante seis años, hace ya más de dos décadas decidió dejar aquel trabajo para recoger el testigo de su padre trabajando en el campo en fincas de Ariany, Santa Margalida, Sineu, Llubí, Muro y en su pueblo natal.

Hoy, echando la vista atrás, Guillem se muestra contento del giro radical que dio a su vida apenas cumplidos los veinte años –«no soportaba pasar la jornada laboral entre cuatro paredes», recuerda ahora– a pesar de que, admite, la vida de payés conlleva muchos sacrificios.

Con los fines de semana hipotecados durante buena parte del año, sin festivos y con la constante incertidumbre que conlleva la fluctuación de precios en el sector primario, Guillem Mas admite que a su hijo –que ahora tiene seis años– no le va a inculcar la pasión por su profesión. «Si quiere ser payés –subraya– estaré encantado, pero no seré yo el que le anime a vivir de esto», especialmente tras unos meses que están resultando «muy complicados» por el alza sin límite de los precios, sobre todo del carburante y de los abonos.

Y aunque no se arrepiente de haber dado el salto inverso al que dan la mayoría de payeses, que siguen abandonando el campo, sí reconoce que trabajar de sol a sol durante la cosecha, con jornadas que se extienden «desde las siete de la mañana hasta las once de la noche», no es la vida ideal que quizás algún día soñó. «Deberíamos ser todos funcionarios», concluye con ironía este autónomo para quien el precio que se paga por los productos del campo no compensan «ni de lejos» el esfuerzo que realizan sus gentes para llevarlos a nuestra mesa.

Lamenta Mas las «inspecciones constantes» que «parecen perseguir» a quienes trabajan la tierra, y pone en duda incluso la rentabilidad de algunas de las ayudas procedentes de Europa, cuando se les va a exigir una digitalización de su trabajo que, en su opinión, les obligará a contratar personal para poder estar al día: «lo que entre por un lado –lamenta– se nos va a ir por el otro».

Con una sola persona a su cargo, Guillem no será uno de los muchos empresarios del sector que, según publicaba este diario días atrás, se verá afectado de forma directa por el incremento del salario mínimo interprofesional. Sin embargo, admite que tanto la «creciente burocracia» como la imparable inflación amenazan a quienes, como él, se empeñan en seguir viviendo del campo. Lo hace en su caso a través del cultivo de cereales, que en 2022 tuvieron un buen comportamiento a nivel de precios pero que aún así resultó insuficiente para compensar el incremento en los costes de producción. Él, por ahora, seguirá peleando para no abandonar el campo y poder vivir «dignamente» de él.