Pescados y arroces sin vaciar la cartera.

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Da gusto salir satisfecho de un restaurante en el que se come bien, en un entorno envidiable y con una muy correcta relación calidad/precio. Y más, cuando el lugar en el que está enclavado es muy turístico y tiene todas las papeletas para que apliquen estos criterios, tan de moda hoy día, de disparar precios y añadir extras, vía complementos, poco o nada justificados. Afortunadamente, aún hay excepciones. Brisa Marina, una casa de comidas especializada en pescados, mariscos y arroces, ubicada en un lugar privilegiado del Port de Pollença, es uno de estos. Se encuentra en primera línea, en un diáfano espacio con grandes cristaleras y estupenda vista.

Es un negocio familiar en el que se nota la mano de su propietario, al frente del negocio desde hace 27 años. Su esposa se encarga de la repostería, y dispone de un buen cocinero, el mismo desde hace una década, y un equipo de camareros atentos y bien rodados. El local ha sido renovado, dándole una apariencia más elegante y acogedora, en discretos tonos cálidos, con separación notable entre mesas y un reservado en el interior.

Brisa Marina es uno de esos restaurantes tradicionales, en una zona muy turística, donde sigue imperando la calidad del producto y una atención destacable a pesar de la intensa demanda que suelen tener las casas de comidas ubicadas en zonas vecinas al mar. Está enfrente de la playa, y a poca distancia del Club Náutico. Los carnívoros pueden disfrutar también de unas buenas chuletitas de cordero, paletilla al horno o un buen turnedó, aunque su punto fuerte son los pescados, mariscos, arroces y fideuás, bien elaborados, muy demandados por una clientela en la que se mezclan turistas y bastantes autóctonos repetidores. El equilibrio entre lo que ofrecen y lo que se paga es, probablemente, el principal atractivo de este restaurante sin excesivas pretensiones pero razonablemente elegante, que viste sus mesas con manteles y servilleta de tela, y que genera la sensación de estar a gusto y bien atendido.

Nuestra visita estaba motivada por las buenas recomendaciones de una cliente habitual, degustadora de bastantes platos de su carta y, en particular –y ese fue el principal leitmotiv–, de su bogavante con ajitos, cebolla y huevos fritos. Un plato tan sencillo como sabroso, que aquí preparan muy bien y a un precio que no produce la sensación de que están metiéndote directamente la mano en la cartera. En nuestro caso fueron tres bogavantes medios para cuatro comensales, muy sabrosos, bien rehogados en perfecto matrimonio con los abundantes aros de cebolla frita y unas patatas panadera adecuadamente crujientes. 41,5€ la ración, razonable si tenemos en cuenta los precios del marisco y, sobre todo, los que imperan en muchos otros restaurantes. Podría ser perfectamente plato único, habida cuenta de su contundencia y tamaño, pero quisimos probar, como entrante, calamar de potera a la bruta, con su tinta, perfecto tanto de parrilla como de sabor, preparado en mesita auxiliar por el propietario. Un par de tiernas piezas de casi 300 gramos, por las que nos cobró unos más que justificados 21€ (70€ el kilo).

Los pescados de la zona, según precio de mercado, razonable por lo que pudimos comprobar (merluza fresca a la plancha, 18,6€; cazuela de rape, 23,4€ y lenguado, 25,4€). Arroces y fideuás tenían también un magnífico aspecto (paella ciega, de pescado, negra, o fideuás, a menos de 17€). Y todo ello con un servicio atento y solícito. Se nota que los dueños están a pie de obra. Muchos postres son caseros, preparados por la esposa del propietario. Muy sabrosa la tarta de queso y el biscuit con helado de almendras, a los que nos invitaron. Ventaja de ir con un comensal habitual de la casa. Vinos también a precios casi olvidados. Magnífico restaurante en zona turística de máxima demanda, con excelente relación calidad precio.