Gran cocido y buena cocina.

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Jarana fue un restaurante donde, hace ya un par de décadas, se podía tomar uno de los mejores cocidos de la capital palmesana. Era el principal reclamo para acercarse al local de Santa Catalina –todavía no tan de moda como ahora– y probar esa particular y deliciosa amalgama de sopa, garbanzos, verduras, carne y embutidos. Un plato del que hay interesantes variaciones por toda España, como el maragato, montañés, extremeño, el bollit o la escudella…, aunque probablemente el más conocido sea el madrileño. Humilde, sabroso y poco sofisticado, pero que hace las delicias de tantos seguidores.

Circunstancias personales motivaron que Blanca, la propietaria, echara el cierre de Jarana hace ya unos años, lo que dejó huérfanos a sus muchos clientes. Tempus fugit que, de vez en cuando, nos depara sorpresas. Una de ellas es que Blanca y su cocido han reaparecido en otra ubicación bien diferente, aunque durante tiempo limitado: el Balneario Illetas, un magnífico enclave, apreciado por quienes han recalado allí para disfrutar de playa, tumbonas y terraza. Pero, y esa es otra agradable sorpresa, desde hace un tiempo han añadido una buena propuesta de restauración, con una cocina bastante clásica y –lo que nos llevó allí– el cocido de Blanca durante los meses de invierno. Seguramente esta reseña debería haberse publicado con la oferta todavía disponible, pero tuve noticias de ello cuando el cocido estaba a punto de terminar su temporada, a mediados de marzo. El día en que fuimos a degustarlo, lo habían prorrogado una semana ante la cantidad de reservas que seguían llegando.

Este cocido es particular porque está muy desgrasado y consigue algo esencial como es que liguen bien todos los componentes sin que –algo bastante habitual– queden deslavazados. El de Blanca se inicia con una sabrosa y ligera sopa de muy finos fideos, que dan paso a la parte sustancial: garbanzos, carne de morcillo, algo de ave, unas albóndigas planas que sustituyen al relleno de pan rallado y carne picada, chorizo y morcilla, sabroso tocino de hebra y mucha verdura. Esta es, probablemente, su principal característica diferencial: abundante zanahoria, puerro y repollo, que aportan una suavidad que se agradece en un plato tan contundente y que, para tranquilidad de los comensales, no dejan sensación de pesadez. Tomarlo en la magnífica terraza del restaurante, en un día primaveral y al aire libre, se convirtió en una estupenda experiencia.

La excusa del cocido sirvió para descubrir el esfuerzo de la propiedad por aportar un valor añadido gastronómico a este veterano club de playa que diseñó en los años cincuenta el arquitecto Francisco Casas Llompart, y que explotan sus herederos. Un balneario apreciado por sus buenas vistas, zona de tumbonas, sombrillas y cafetería y que, además, dispone de aparcamiento propio en zona tan complicada.

Ahora, proponen unos apetecibles desayunos matutinos, y han mejorado notablemente su oferta culinaria. Han incorporado un horno Josper a su cocina, y han diseñado una carta amplia y variada, con entrantes fríos (tartar, ceviches y ensaladas) y calientes (pescados, alcachofas, croquetas…), amplia representación de cocina mallorquina (trempó, frito, sepia, calamares rellenos, tumbet, lechona…), pescados y mariscos (parrillada, bogavante con huevos fritos y patatas, lubina a la sal…), paellas y fideuás. Todo a un precio razonable para el lugar, y con un servicio atento y agradable.

Elaboran ellos mismos los helados, y tienen cuarts embetumats y gató como postres locales. Reducida pero bien seleccionada oferta vinícola, con unos cuantos sólidos mallorquines, como 12 voltios y 4 Kilos, Ses Nines, o Pedra y José L. Ferrer, más algunos interesantes de Ribera de Duero (Malleolus, Capellanes, Alión), y Rioja (Muga, Roda I, Artadi). Buena sorpresa descubierta gracias al estupendo cocido de Blanca (esperamos que siga con ganas de volver la próxima temporada), y excusa perfecta para probar otros platos de su carta.