Pizza cuatro quesos. | Augusto Soyer

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Afortunadamente, los rumores no siempre se confirman. Se había comentado hace meses que Il Porticato, un restaurante-pizzería al lado de la plaza de San Francisco de portada poco llamativa e interior necesitado de renovación, donde se han comido durante más de tres décadas algunas de las más finas y crujientes pizzas de la capital palmesana, se encontraba a punto de decir adiós. Los rumores apuntaban a que la operación estaba hecha. A priori, todo parecía encajar: el propietario del inmueble habría recibido una buena oferta y el inquilino estaba a punto de jubilarse. La canción del adiós parecía escrita. Pero la realidad era otra: el propietario del inmueble no se habría visto satisfecho con la oferta, y el inquilino, con contrato vigente, tenía ganas de aprovecharlo. Conclusión: ¡albricias! Sus clientes seguiremos disfrutando de sus finísimas pizzas.

Este restaurante es la creación de un italiano que vino a Mallorca a finales del pasado siglo como marinero del Creole, el elegante velero de Maurizio Gucci que ha tenido su base en Palma durante bastantes años. Montó su negocio pero, desgraciadamente, falleció hace 20 años y su viuda le ofreció a Gabriel, su colega y amigo mallorquín, hacerse cargo del Porticato, que ha regentado desde entonces con la ayuda de su esposa. Pero el tiempo pasa, Gabriel ha cumplido 65 años, y en agosto decidió jubilarse y pasar riendas y conocimientos a su sobrino, quien le ha ayudado en momentos puntuales durante los últimos once años, y que ahora se ha puesto al frente del negocio. Como conoce bien lo que hacía su tío, Jorge ha podido mantener el nivel de elaboración y de calidad. Gabriel le ha estado ayudando durante los tres primeros meses para ponerle al tanto de todos los detalles. Ahora, simplemente se deja caer de visita, como un cliente más.

Jorge ha reproducido el mismo modelo de sus tíos, incorporando a su esposa y su hija, ha incorporado algunas máquinas nuevas y quiere hacer poco a poco un lavado de cara al interior del local. Y, lo más importante, tiene contrato con la propiedad por quince años y, por lo que hemos podido comprobar, buena parte de la clientela sigue fiel al lugar.

El éxito de Il Porticato se ha basado en un buen producto, una elaboración siempre muy regular en un local de bonitas arcadas, decoración con fotos de veleros y Ferraris en las paredes, algo sombrío pero muy céntrico, donde el contenido ha estado en todo momento por delante del continente. En su oferta nunca ha habido sorpresas. Las pizzas han estado siempre en su punto, finísimas y adobadas con ingredientes tradicionales y alguna concesión a la innovación, como las de aguacate, pistacho o pera, con una magnífica focaccia recién hecha como preámbulo para disfrutar de cualquiera de sus pizzas, de las que la de anchoas y queso, funghi y, sobre todo, la especial del chef (tomate, pepperoni, gorgonzola y parmesano), me dejaron un gran recuerdo. Lo mismo que los jugosos calzone o sus magníficas y sabrosas lasañas, que nunca han decepcionado. Y con unos precios casi olvidados en estos tiempos. Las pastas no superan o lo hacen por muy poco los 10€. Y las pizzas entre 9€ y 11€, y alguna un poco más subida de precio, como la de aguacate, que llega a los 14€. ¿Quién da más?

Los vinos no han sido el fuerte del restaurante. Una oferta reducida a precio asequible. Etiquetas de un par de bodegas mallorquinas de Binissalem, unos pocos Riojas y Riberas, algún rosado navarro y portugués, y un lambrusco prescindible. En cambio, estupendos los postres. Bueno su tiramisú casero, así como el elaborado por la última incorporación al pequeño equipo de Il Porticato. Y magnífica la tarta estilo Sacher que les prepara una repostera del Pont d’Inca. Adecuado colofón para un almuerzo o cena que siempre nos han dejado sensaciones agradables. Esperemos que todavía se mantengan por mucho tiempo.