Un suculento pulpo ‘a la antigua’.

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En Ca'n Toni Moreno tienen enmarcado el recorte de un periódico vasco en el que se informaba de la captura en la costa mallorquina de un enorme calamar de 17 kilos por un pescador aficionado que, según relataba el diario, «tardó más de media hora en izar a bordo de su pequeña embarcación. Sólo la bolsa del calamar medía 1,10 metros, y los tentáculos, 50 centímetros». El pescador era Antonio Torres, el fundador de Ca'n Toni Moreno –por el parado de Valldemossa, de donde era su esposa– y de aquella sorprendente noticia han pasado más de seis décadas. Las mismas que lleva abierto este restaurante ubicado en es Port des Canonge, en el noroeste de la bella costa mallorquina.

En 1985, se lo traspasó a la familia Ferragut, que lo mantiene desde entonces con un espléndido nivel de calidad, atención y precio. Bien vale la pena hacer el recorrido por la sinuosa y estrecha carretera, bastante complicada a las horas de máxima ocupación –habitualmente al medio día–, para disfrutar de la placidez del puerto, de su extraordinaria vista, de un baño en la playa y, evidentemente, de un excelente almuerzo en este acogedor restaurante donde está garantizada la atención personalizada. El hijo, Pep Llorenç, está en los fogones, y la hija –cuando le deja algún hueco su profesión de enfermera–, atiende las mesas. Ferragut padre se encarga de contar lo que ese día ofrecen de extraordinario y muestra los fresquísimos pescados disponibles. En los platos habituales de la carta, los arroces ocupan un lugar preferente.

Si el día es bueno y hay disponibilidad, vale la pena almorzar en la terraza exterior, protegida por un toldo mecánico que proporciona buena sombra. El interior es igualmente agradable, con la ventaja añadida de que se pueden apreciar de cerca las obras de algunos artistas mallorquines (Maria Carbonero, Rafa Forteza –que decora su carta–, Ramon Canet-, y un particular y atípico bodegón de Menéndez Rojas que pintó para el restaurante). Las mesas interiores están vestidas con sobrios manteles de tela.

El domingo de mayo que les visitamos todavía no se notaba la intensidad de clientes de los momentos álgidos de verano, y ofrecía algunas sugerencias verdaderamente atractivas. Unos boquerones en tempura, desespinados y magníficamente rebozados, muy crujientes, ideales para iniciar el almuerzo (15,5€); y un pulpo, que ellos denominan ‘a la antigua', hervido primero y frito después, en su punto (16,8€). El pulpo era de aguas mallorquinas. El gallego, e incluso el marroquí, es muy sabroso, pero el mallorquín –nos comentó Ferragut– es magnífico. Dimos fe de ello.

También tenían calamar de arrastre, salteado, de excelente aspecto por lo que pudimos observar, aunque no lo tomamos (19,8€), y una buena parrillada de pescado fresco (corvina, salmonete y rodaballo) a un comedido precio (24€), igual que nos lo pareció el de los pescados del día (49,5€ a 68€/kg). Por tanto, sorpresa agradable en todos los sentidos. Su variedad de arroces es notable. Buenas paellas de marisco, bogavante o langosta, al igual que las fideuas, que hemos disfrutado en ocasiones anteriores. Esta vez probamos un arroz –caldoso– de sepia, pulpo y calamar con un ligero sofrito que apenas interfería en el intenso sabor de los cefalópodos y del caldo. Perfecto de punto y de sal –incluso algo soso, muy adecuado para quienes han de tener cuidado con su tensión–, (19,8€, mínimo para dos), y del que la repetición fue –como suele ser habitual cuando ha reposado– incluso mejor que la inicial.

Postres clásicos (tarta de chocolate, de naranja, crema catalana), y correcta selección de vinos, particularmente mallorquines (Tramuntana, Binissalem, Pla i Llevant, Vi de la Terra), a un precio más que razonable. Un ejemplo: el viognier de Son Vich de Superna, a 22,5€ (17€ en bodega). Deberían tomar nota bastantes establecimientos. Gran casa de comidas familiar que mantiene magníficamente el tipo. Y en un lugar único.