Valencianos, quitando el barro. | Ana Beltran

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Valencia nos está dando lecciones enormes, Valencia nos esta tocando a todos el corazón de una forma u otra. Nadie puede permanecer indiferente a lo que estamos viendo cada día en esta región: devastación, tragedia, pérdida, desconsuelo.

El río de lodo, lo desaparecido, la búsqueda incesante de seres amados que quizá no regresen nunca. Bastaron 20 minutos para que la fuerza de la naturaleza dejara atrás de si una imagen devastadora, un nación congelada frente al impacto de la debacle y una profunda indignación porque pudo haberse evitado y sino, al menos atendido con inmediatez, sin letargo, sin la irresponsabilidad de dimensiones letales.

Valencia nos estruja el corazón y pone en justa dimensión la fragilidad de todo. De la propia vida humana y de lo absurdo que es pasarnos la vida trabajando para acumular lo que en cuestión de segundos es reducido a la nada.

¿Qué nos queda cuando todo es arrastrado por el lodo? ¿Qué nos queda? ¿Qué surge de la tragedia?

La manifestación de lo más humano, los ríos ahora de gente llegando con palas a mover escombros, a llevar comida, a acercarse a las casas desaparecidas, a acompañar en la pérdida inconsolable.

Los ríos de gente que han llegado a Valencia de todas partes de España y otras regiones del mundo para acercarse con sus propios recursos a ayudar. Porque sabemos que de no hacerlo, solamente nos hundiría en el fango de la miseria humana.

¿Qué nos salva frente al dolor?

La solidaridad genuina, donde desde la postura más anónima y más sencilla, con los recursos que cada uno tenga, nos acercamos a ayudar, a servir, a reconstruir.

Dejar que otros sufran, no hace más que hundirnos y ésta es quizá la lección más profunda que podemos llevarnos de esta tragedia. Porque va exactamente en contra de un sistema que constantemente nos dice qué debemos vencer, acumular, competir, luchar por construir una individualidad sin importar a qué coste.

Valencia viene a abrir el corazón de las personas y sobre todo a recordarnos el profundo valor que tiene la comunidad consciente, cuando todos somos uno, cuando todos trabajamos en función de lo mismo, sin protagonismo, sin rivalidades.

Quién nos se suma, se delata.

Y este es el profundo mensaje y recordatorio de este dolor que a todos nos ha atravesado, a unos de manera irreversible: el sentido profundo de la vida esta en mirarnos los unos a los otros desde el amor solidario y la acción comprometida.

Hoy es Valencia, pero basta ver el mundo que habitamos para entender que esta acción amorosa y compasiva es lo único que puede salvarnos en un mundo que se hunde en el cambio climático, la desigualdad, la violencia, la miseria y las guerras.

Mirar cuánta gente hay dispuesta a brindar el corazón frente al dolor y la pérdida.

Recordar que esta actitud amorosa puede acompañarte siempre y en toda circunstancia, servir, amar, reconstruir y siempre ayudar a los demás.

Hoy es Valencia, y no hay tiempo que perder. El mundo entero clama que todos vayamos siempre con el corazón abierto al servicio de los demás. El mundo clama que entre todos logremos despertar a una consciencia colectiva de armonía solidaria.

No hay tiempo que perder, no podemos postergarlo, no necesitamos esperar a que algo tan profundamente dolorosos, nos vuelva atravesar.