En el primer Mundial organizado en tierras árabes, Regragui emerge como el mascarón de proa de un pueblo, no duda en defender a Catar de los ataques «incultos» que el emirato, donde entrenó una temporada, está recibiendo de occidente. En la primera edición en la que los cinco equipos africanos tenían a su frente a técnicos locales, el marroquí ha sido el que ha roto todos los moldes, todas las fronteras. «Eso demuestra que si nos dejan entrenar no somos peores que otros», sostiene.
Contra Bélgica firmó la primera victoria de un equipo del Magreb desde 1998 y tras empatar ante Croacia y vencer a Canadá se convirtió en el primero en superar la fase de grupos desde 1986. Pero a cada hito repetía la misma cantinela: «Todavía no hemos conseguido nada». Con ese nivel de exigencia derrotó a España para convertirse en el primer país árabe y el cuarto africano entre los ocho mejores del mundo y sin bajar el pistón acabó con Portugal y ya figura entre los cuatro últimos, una altura que ningún otro país del continente había alcanzado.
Ahora desafía a Francia, la campeona, su nación de nacimiento, el país que acoge a la mayor parte de la diáspora marroquí, el espejo durante años, el maestro al que el alumno quiere derrotar. Regragui jugó en varios clubes franceses, fue un buen lateral que hizo la mayor parte de su carrera en el Ajaccio, en Córcega, pero dio un salto a la liga española, en el Racing de Santander, donde no acabó de cuajar.
El contacto con Rudi García, otro hijo de inmigrantes, cambió su vida y puso el fútbol entre sus opciones de futuro. Tenía madera y el que luego fuera técnico de Marsella y Lyon se lo hizo saber. Pero su padre, curtido en los reveses de la vida, le impuso los estudios, donde el joven Walid tampoco se quedó atrás y acabó licenciado en ciencias económicas y sociales.
Desde el piso de protección oficial en el que creció en un barrio deprimido de la «banlieu» de la capital, Regragui fue dando pasos en la vida y en el fútbol, el Racing de París, el Toulouse y el Ajaccio, la aventura española y el regreso a Francia, Dijon, el Grenoble y el Fleury-Mérogis. Optó por jugar con Marruecos y acumuló 45 partidos y un gol, hasta que, tras colgar las botas, se lanzó a una carrera de entrenador que sus técnicos ya preveían, porque era más avispado que la media. Adjunto de Rachid Taouissi en la selección marroquí en 2012 y 2013, dio el salto al Fath de Rabat, con el que ganó una liga, una copa y reputación suficiente para que el Al Duhail de Catar le propusiera un sustancioso contrato, que amortizó en un año ganando el campeonato de ese país. De regreso a Marruecos se hizo cargo del Wydad Casablanca, con el que logró el último campeonato y la Liga de Campeones africana, lo que le colocó en posición envidiable para tomar las riendas de la selección cuando la federación decidió deshacerse del franco-bosnio Vahid Halilodzic.
Con inteligencia, Regragui mantuvo la firmeza defensiva impuesta por su antecesor y trabajó con mano izquierda para convencer a algunas estrellas, distanciadas del riguroso técnico balcánico, de que regresaran a la selección, como Hakim Ziyech, uno de los valores en alza de ese vestuario. Todo, sin perder sus señas de identidad, el rigor defensivo que ha llevado a la selección marroquí a perder solo tres de los últimos 58 partidos. Los ocho últimos están ya bajo las órdenes de este fino estratega que debutó en septiembre pasado en un amistoso contra Chile y que no conoce la derrota. Cinco victorias y tres empates ha firmado como seleccionador en los que Marruecos solo ha encajado un gol, el que se metió en propia puerta Nayef Aguerd contra Canadá. Regragui sigue en misión. Antes de cada partido, sus jugadores besan su calva en un ritual que les da suerte. La falta de cabellera le ha valido en su país el sobrenombre del «abogado».
En el primer Mundial árabe, el seleccionador quiere servir de ejemplo. «Claro que tenemos calidad para entrenar en Europa. ¿La experiencia? Eso no sirve, miren mi currículum, llevo aquí ocho partidos y miren dónde estoy. Si con lo que está haciendo Marruecos podemos romper ese techo de cristal, entonces habremos logrado algo. Pero si nos conformamos, la lección será que no hemos aprendido nada. Seguiremos teniendo ese complejo de inferioridad», sostiene.
Cuando este miércoles salte al césped del estadio Al Bayt, que simula una enorme jaima beduina, como la que utilizaron sus antepasados, Regragui tendrá enfrente a un Didier Deschamps con 136 partidos a sus espaldas, el tercero que más partidos ha ganado en Mundiales y uno de los tres entrenadores que también se alzó con el título como jugador (junto a Mario Lobo Zagallo y Franz Beckenbauer). Pero tendrá el respaldo de la grada, de toda África, del mundo árabe y la simpatía que siempre genera el débil. Una oportunidad de demostrar su teoría de que ningún sueño es imposible si se afronta con voluntad y orgullo.
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